domingo, 20 de enero de 2013

Amar en tiempos revueltos: un individuo excepcional

Cuando alguien pregunta “¿qué utilidad tiene la filosofía?” la respuesta debe ser agresiva, ya que la cuestión intenta ser irónica y mordaz. La filosofía no sirve al Estado o la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. El uso de la filosofía es entristecer. Una filosofía que no entristezca a nadie, que no enfade a nadie, no es filosofía. Es útil para herir a la estupidez, para volver la estupidez algo vergonzoso. Su único uso es la exhibición de todas las formas de la bajeza de pensamiento … La filosofía es más positiva como crítica, como empresa de desmistificación.Gilles Deleuze, Nietzsche and Philosophy p. 106 (trad. propia)


 

En los hologramas de texto aparecerán los molinos de viento porque alguien en una vieja novela veía gigantes en ellos.



“La filosofía no tiene sentido”. “Cualquiera puede argumentar lo que le dé la gana, y si suena convincente será igual de válido que lo contrario”. “Es de sentido común criticar tonterías que no llevan a ningún lado, más en estos tiempos del cólera en los que se pide acción a gritos”. Pensamientos frecuentes hoy todos estos, procedentes de individuos que probablemente no han catado más que divulgación o novelas à la Gaarder en el mejor de los casos, y no están familiarizados con la precisión que demanda el vocabulario técnico de la filosofía que se mantiene hoy en pie como tal. O que quieren evitar pensar o leer, o que otros piensen y lean, pues la verdad es que es una carrera farragosa. Es más divertido pasar a la acción… sin plan. Pegar tiros por la calle a desconocidos, como proponía Breton. Y así nos va, así nos va, sin vislumbrar soluciones. Pero si buscamos la precisión resulta que nos topamos con un fuerte criterio de exigencia, más abarcador que el de las ciencias puras, pues es la filosofía lo que determina la validez de un modelo u otro de entenderlas incluso a ellas, y se desgaja en debates eternos que suponen un afilamiento, un sacar punta constante, de esta precisión. Quien emite esa clase de opiniones generalistas sobre valor o disvalor está emitiendo una bastante menos fundamentada que las que critica. ¿No será que es el mundo lo que carece de sentido? ¿No será la filosofía, al buscarlo (y parecer atisbarlo a ratos), lo único que lo tiene? Puede que individuos como Hegel o Kant no tuvieran la verdad sobre el mundo pero sí la verdad sobre cómo lo pensamos. De este modo, hemos creado un mundo basado en sus fundamentos, por lo que, paradójicamente, ahora sí la tienen.

Y es que la filosofía está más presente de lo que parece, más allá, por supuesto, de los departamentos de los eruditos. Hubo un griego hace veintitrés siglos, por ejemplo, que se las arregló para sacarse de la manga muchos de los conceptos que para usted son hoy de sentido común. Sí, usted. Y sí, ese sentido común que lleva a algunos a considerar prudente el escepticismo ante los vericuetos inútiles del pensamiento teórico. Su sentido común, los pilares de identidad que sustentan todo lo que cree sobre el mundo y usted mismo, no le pertenecen en absoluto, como supongo que en su trayectoria intelectual se habrá ido percatando. Primer pensador realmente sistemático, Aristóteles trató prácticamente todas las disciplinas que se conocían en ese momento, y no sólo eso, sino que inventó literalmente algunas de las que hoy son más importantes, como la biología, la metafísica o, sí, la lógica. Su física, por otro lado, se mantuvo durante casi dos milenios, siendo hasta ahora el paradigma más duradero de la historia. Su metafísica o lógica han recibido muchas críticas, sobre todo durante el último siglo, pero sigue siendo casi imposible pensar el mundo sin sus diez categorías de predicación, su diferencia entre sustancia y atributos o entre potencia y acto, su visión de la democracia y la virtud o su silogística. No es imprescindible conocer en detalle sus pormenores técnicos. Usted ya los conoce. Y no se sabe cuántos siglos más se mantendrán en vigor en la mente del común de los mortales. En esto tuvieron que ver factores arbitrarios como la consolidación del dominio eclesiástico en Europa, que adaptó la mecánica del pensamiento del estagirita como dinámica de la justificación teológica de sus dogmas, como también hicieron en mayor o menor grado judíos y musulmanes. Pero este dominio católico podía no haber sucedido, así como este griego podía no haber nacido. Y si bien su extraordinaria capacidad sintética se nutría de la obra de pensadores anteriores, fundamentalmente Platón, pudo no haber nacido nadie que llegara a las mismas distinciones, que trabajara el material de la misma manera, que diera con las mismas ideas. Nadie llegó a ellas en China, y sí a otros inventos muy apañados. No había necesidad alguna. Por supuesto que podríamos vivir sin lógica (si es que algún momento hemos vivido con ella) o cuanto menos sin esa lógica, la ortodoxa y oficial (con lo cual las lógicas marginales no serían las mismas). Si usted piensa que, de cualquier modo, esas ideas, el dominio eclesiástico, la lógica, los dogmas, tenían que suceder, entonces cree que el mundo tiene un sentido, y su opinión formará parte de una clase de filosofía pedorra y  carente de fundamento como la que muchos critican, yo también.

Todas esas cosas pudieron no suceder, del mismo modo que el ser humano pudo no haber surgido nunca, y el universo no sería un soberano truño por ello: hay muchos otros animales, plantas y rocas fascinantes hasta en este mismo planeta. No habría ciencias para comprenderlos pero no se le pueden pedir peras al olmo, baste quizás con el puro acontecer inmanente de este último. Incluso puede que estemos solos en el Universo en términos de vida racional, o que en el fondo ni nosotros seamos racionales. Lo único que importa, al fin y al cabo, es que estas cosas sucedieron. Que por ejemplo un vulgar hombre de carne y hueso, un animal gregario que precisaba comer y cagar todos los días, llegó a saber tanto y, lo que es más importante, poder articular con tanta lucidez ese conocimiento. Aunque no es un buen ejemplo de nuestro género pues ese saber que poseía, según Bryan Magee, y yo lo suscribo, es probablemente mayor que el de ningún otro ser humano conocido hasta ahora. Y se habla de lo que se conoce de su obra, pero actualmente se piensa que no nos ha llegado sino un tercio de lo que escribió.

Por otro lado, y exactamente como denuncian las acusaciones absurdas de feministas y socialistas pazguatos, era misógino y esclavista, como todo buen griego (antiguo), y a mucha honra, pues eso nos lo muestra realmente como lo que era, un mortal sometido a los vaivenes de la historia, incapaz de sustraerse a las ideas de su tiempo, lo cual refuerza los aspectos de su pensamiento que sí dan la engañosa impresión de haberlo hecho.

Y, en efecto, era griego. Pese a la imagen de pueblo vago, incompetente, económicamente nefasto, torpe, mediterráneo, pachanguero, pobre de solemnidad y culpable por ello, que nos entra a borbotones por ojos, oídos y ano, el busto que se conserva en el Louvre da buena fe de su cabello rizado y moreno con ciertas trazas de policromía, y es divertido imaginarlo reflexionando tras una pitanza de queso y miel, rodeado de cabras por las colinas. Jean Luc Godard lo dejó claro: deberíamos de pagarle diez euros a los griegos cada vez que dijéramos “por tanto”, y la deuda desaparecería en un santiamén en un giro de justicia histórica. Quizás para los alemanes sea una vergüenza que la historia de las alturas del pensamiento viniera de un país cálido y marítimo en lugar de las frías torres del norte en las que la carne lánguida y blanquecina podía enclaustrarse en paz para volcarse al mundo de las ideas. Quizás tengan rencor de que también pudieran, además de darle al coco, pasarlo bien y salir a la calle en ligeros y seductores peplo y quitón. Pero parece que no hizo falta mal tiempo, sólo la buena intención.

Ahora muchos individuos con la misma sangre excepcional que el tipo que nos ocupa están pasando la mayor mierda de sus vidas por cuestiones monetarias de otros individuos que, créanme, aunque tengan las necesidades básicas más que cubiertas, requisito que ponía Aristóteles para la dedicación a la filosofía, (dedicación máxima de los varones libres y ociosos de aquel entonces) no lo harán. No lo harán, y lo que es más triste, ni siquiera esperamos que lo hagan. Occidente comete matricidio en su noche más descontrolada sólo para seguir comprando droga. Recordemos que fue Aristóteles también el que definió el arte de la política como la búsqueda del bien común, pues cualquier asociación entre hombres busca un bien y es necesario un tipo de organización que satisfaga al común de estos ciudadanos ¡Hasta a las mujeres! ¿Es evidente esto? Bueno, parece evidente porque vivimos en un mundo aristotélico. Antes de los griegos a nadie se le ocurrían estas cosas.

¿Cómo sería un mundo diferente?

 ...
 Silencio.

Parece que sólo nos queda la ciencia ficción. Y, por cierto, dentro de ella es recomendable “El mundo de los no-A” (no-aristotélico) de A. E. van Vogt. Volviendo a lo nuestro, el pensador que nos ocupa veía con buenos ojos la aristocracia como el gobierno de los mejores, de los individuos excepcionales, los más sabios (nada de lo que hoy entendemos por aristócrata). Pero este gobierno podía con facilidad degenerar en una de las formas más viles, la oligarquía, un reino de débiles ceporros dominados por egos y bolsillos. Parece lógico, suele suceder así, pero en esa época hacía falta analizar  y comentar una por una un gran número de constituciones para llegar a esa conclusión. Hoy, en el mundo tecnológico, “moderno”, lo tenemos mucho más fácil: basta con mirar alrededor.

Es triste que en comparación con los años de Pericles la historia de Grecia haya sido más o menos harapienta desde cuando los romanos. Que se elimine todo incentivo que no sea para el hambre, incluyendo los de la creación, el desarrollo, la recuperación autónoma, la aparición de nuevos sabios en Estagira, en un país que sin duda algo podría volver a ofrecer si se le dejara prosperar de una vez (hoy día, por ejemplo, algunos de los directores de cine más interesantes las pasan caninas para conseguir fondos). A golpe de expolio recordar a esos griegos sabios se ha vuelto casi una paradoja. Griego y sabio, qué chiste. Pero paradojas hay muchas en los campos del señor. Beethoven compuso sus mejores piezas tras quedarse sordo. Stevie Wonder podía tocar todos los instrumentos de un disco y nació ciego. ¡Ah, y negro! El cuadro que ilustra el artículo no es una falacia para hacerlo parecer digerible: está hecho por un hombre que no es que no vea los gigantes, ni siquiera ve molinos, el pintor Esref Armagan, ciego de nacimiento él también. Todos ellos, además de lo imbatible de la determinación humana y su consiguiente inspiración adrenalínica para animarnos a cumplir nuestros sueños, tienen en común el hecho de que tuvieron suerte, ya fuera por cuestiones de linaje o por el hilo de los acontecimientos de su vida. No es la idea quitarles mérito, pero no morir en la infancia ya se puede empezar a considerar suerte (y más si nos remitimos a las estadísticas internacionales).

Como siempre, las cosas podían haber sido de otra manera, los textos podían haberse perdido para siempre, y todos estamos siempre bajo la posibilidad expirar en un callejón rodeados de contenedores de basura, como lo hicieron innumerables, que en un mundo paralelo en el que sí hubieran triunfado nos parecerían también indispensables para comprender o sentir el cosmos, y habría que tirar de la ciencia ficción para escapar de ellos. Grande es el rol de la suerte sobre el destino, demasiado grande. El problema es cuando esa posibilidad del callejón se incrementa a ritmo de prima de riesgo, o cuando después de nutrir y dar sostén y apoyo a alguien este sale del armario y nos tortea con el programa oculto de ceporradas que negábamos ante las habladurías de las vecinas. Para nosotros la suerte también está echada, al menos los próximos tres años, pero últimamente cada vez que nos echan las cartas sale un número más bajo. La filosofía sirve para entristecer, para tomar conciencia de que seguiremos esperando siglos y siglos que todos tengamos la oportunidad de tirar los dados, de tener acceso al pan que trae la libertad. Porque lo del rebaño y el Pastor también nos ha calado hondo.

Por eso Pan era el dios de los pastores.

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