domingo, 31 de marzo de 2013

La flauta de Pan....Resurrection: Las perlas de un año cerdo - Lo mejor de 2012



La razón de que vengamos cargados de tantos regalitos para los niños buenos, aunque también hay carbón a puntapala para los cabrones, es que vamos a hacer lo que los ingleses llaman un poll, destinado a la desinteresada recomendación de algunos de los ejemplares discográficos gestados este año que expira, pero que de seguro resurge rebosando mejor música que nunca… de ahí lo de resurrection. Decía poll porque estaría sumamente agradecido que las innúmeras hordas de espectadores pudieran compartir con nosotros sus predilecciones, recomendaciones, obsesiones y perversiones ocultas sobre el tema en debate, y podamos todos en nuestra totalidad conocer los tesoros que conocemos todos en nuestra individualidad, y quizás confeccionar luego una lista más completa, definitiva, llena de firmas, y luego quizás llevarla al Congreso.

No es mi intención contribuir a publicitar las mediocridades de nuestro tiempo en detrimento del desvelamiento de recónditas glorias de ayer, pero dado que el precepto principal del oyente que prima entre los queridos lectores bien puede ser el de no escuchar la voz de los muertos creo que el diálogo musical se puede establecer mejor en esta dirección. De todos modos, esto es lo que sonaba aquí hasta hace unos minutos…

La mía será sólo una serie de trazos improvisados y nerviosos, que no deben de tomarse nada en serio, y nada por supuesto de lo que los angloparlantes, nuevamente ellos, llaman un top. No vamos a elaborar canon, ya que mi interés por la música de mis contemporáneos no es suficiente como para estar en condiciones de sentar doctrina. De hacerlo, por cierto, el orden, la selección, el comentario, todo  sería caprichoso.

No obstante, por motivos literatos y de estilística, ¡pasemos al número cinco de nuestro top 5!,



Animal Collective- Centipede hz




¿Siente usted curiosidad por la música que recién se ha producido, pero no encuentra medios que filtren bien esta, por ser demasiado reciente?¿Que ha visto en encuestas de internet que hay material con una pinta bien jugosa bajo nombres tales como Lana del Rey, Actress o Frank Ocean? ¿Nas, Lamar, Killer Mike? ¡No! No haga caso a las voces, venga de mi mano.

No le ocultaré desde el principio, cartas sobre la mesa, que el baremo general de este año, por lo que yo he conocido, es bastante inferior al del año pasado, lo cual viene a confirmar la asfixiante espiral descendente de degradación técnica, repetición mecánica y podredumbre inspirativa en la que estamos sumidos desde hace ya un tiempecillo. Al menos el año anterior, lejos de ser mi predilecto, tenía un número de lanzamientos con un buen par de cojones.

Los Animal Collective, a cuyo notable Merryweather Post Pavilion dediqué ya una entrada en la cobarde web de mis amigos (sin por ello insinuar que estén en mi panteón particular), se han pasado esta vez de cojones precisamente, y por ello creo que merecen la recomendación, aunque con las prisas se les ha caído por el camino algo que los hacía grandes: la melodía. Con tanto rollo que se traen con el jugueteo con cacharros y megahercios han optado por un sonido denso e impenetrable, muy modernillo él, y un refuerzo de la estética de videojuego pop que tan bien les sienta (como prueba el videoclip de la por lo demás odiosa Today’s Supernatural)

Rara vez se encontrará un momento mejor que los peores de su obra cumbre, tan cerca y tan lejos que suspiraría Wenders, pero no todo son críticas (vale, en el fondo sí, es lo que estamos haciendo, mal que bien), y hay momentos disfrutables (Moonjock, Applesauce, Mercury Man) y creo que pese a todo merece la escucha aunque sólo sea por su singularidad radiofónica.

Vale, si lo hemos escogido es a falta de algo mejor y por no comernos el coquito… ¡pero hay muchas otras cosas ahí fuera! Es decir, es algo.

Por comentar un poco otros casos notables de retornos poco agraciados para los retornantes tenemos por ejemplo a Cradle of Filth, que han pasado de show monstruoso a un monstruoso show y firman en The Manticore and other Horrors un buen ejemplo de la debacle de sus últimos (casi) diez años. Kamelot quedan un poco mejor ante el mundo con Silverthorn, en el que se acusa, además del cambio de vocalista, ya poco de la lejana inspiración de principios de siglo.

No obstante, no todo está tan duro en el mundo del rock duro. Un favorito personal son los germanos Rage, que con "21" expelen su vigesimoprimer álbum. No hay en él nada, absolutamente nada, que pueda considerarse una composición inspirada como lo estaban las de sus años locos de esquizofrenia de speed metal y orquesta, pero su ya clásico ruido de power-trío, cortesía de las guitarras de Victor Smolski y el gruñido de un tal Wagner, le hace a uno recordar buenos momentos, cosas suyas. Pegada siguen teniendo, y de ellos nunca se puede declarar el fallecimiento, ya que son de los que cada pocos años sorprenden con una crecida inesperada del caudal de sus ambiciones, aunque sea para el ridículo más grande (la última siendo de 2006, relativamente reciente). Tres cuartos de lo mismo creo que podría afirmar del Enslaved de Soulfly, pero como no me considero suficientemente letrado en su discografía prefiero no aventurarme tan lejos.

Al menos esta clase de formaciones que hemos citado se aproximan al ratio de LP por año. Y, aunque a veces parezca mejor sentar a las bandas a reflexionar un tiempo sobre lo que han hecho, puede en el fondo ser una loable pretensión de mantener la forma, la cual no abunda en muchos grupos actuales, véanse los propios Animal Collective. Es de análisis lo habitual que se vuelve hoy el distanciamiento temporal de los lanzamientos, y despierta interrogantes como ¿se deberá a un interés escaso en la música? ¿la necesidad improbable de elaborar en detalle el material? ¿leyes secretas de las discográficas? Y, sobre todo, ¿qué no hacía un tipo como Dylan en tres años?

Vamos allá con otro ejemplo de larga espera de la que quizás salimos un poco mejor parados.




Muse-The 2nd Law






En aquella famosa primera entrada dedicada a Animal Collective mencionábamos también a estos como artífices de otra de las escasas delicias de 2009, y vaya si no nos han hecho esperar mientras preparaban su jaque mate. No obstante, adentrándonos un poco en The Resistance, su movimiento precedente, lo que considerábamos menos digno de nuestros oídos era la pomposidad orquestal y el surtido variado de plagios a Chopin y otros, que si bien contenían buenos momentos no podía impedir que nuestros pabellones auditivos se arrastraran inevitablemente hacia la sarta de canciones poperas y facilonas. Lo que en nuestros sueños más delirantes se cocía era la idea de que consiguieran aunar las dos tendencias en una síntesis maestra, y salvar con ello un poco a nuestro tiempo.

Se puede considerar que no ha sido así, y que se ha hecho hincapié en la primera de las caras de la moneda, la del rock clasicón y rancio, que aun así mantiene un mínimo nivel pese a haberse manchado hasta los codos de concesiones a la comercialidad. Con todo, nos parecen excesivas las imputaciones de plagio de “I want to Break Free” de Queen con las que se acusa al flojo single, Madness, y en general toda la plétora de denuncias que se han ido acumulando sobre la totalidad del álbum y que van de David Bowie a George Michael. Eso no quita que nos hayamos percatado de todas ellas, pero quien ha interpretado alguna vez más de veinte canciones sabe que el único plagio que se puede denunciar en el ámbito del pop comercial es el fuertemente inintencionado (como el del affaire George Harrison) no el de las reminiscencias a sacrosantas reliquias que en su época en el fondo ya remitían a otras, y estas a otras muchas, y así. Es el precio que hay que pagar por  no escuchar mierda como hacemos los pringaos.

Sí es un poco más condenable el autoplagio, que no está nada ausente, y no está ausente muy especialmente en ocasiones como Survival, el otro sencillo -aún peor-, pero hay que ser clemente con sus bolsillos al entender que no valía arriesgarse lo más mínimo con lo que iba a tener el dudoso honor de devenir la canción oficial de los Juegos Olímpicos de Londres. En general es aceptable, sin más, pero suele caer en el tedio con una frecuencia indeseable. Nos quedamos con frivolidades ochenteras como Panic Station, la infantil Explorers y la sorpresa que yace a su término, pues no han abandonado aún la idea de consagrar los últimos momentos a algo un pelín excéntrico y en las dos canciones que llevan The Second Law como titular se entremezcla un barullo incomprensible de violines de espionaje, voces robotizadas, narraciones impredecibles y dubstep (sí, dubstep). No hace justicia, sin embargo, a las declaraciones de su líder Matt Bellamy, que, cegado cada vez más por una creciente paranoia de divo ufológico, nos puso los dientes demasiado largos a muchos cuando hablaba de su próximo álbum como “odisea jazz de rap gangsta’ cristiano, con algo de dubstep rebelde, ambient y psicodelia cowboy flamenco metal derrite-caras” (es una traducción difícil), pero es bizarro a su manera, o eso quiero pensar. Aunque a veces siento la urgencia de recriminárselo y exigirle mi dosis prometida de “odisea jazz de rap gangsta’ cristiano, con algo de dubstep rebelde, ambient y psicodelia cowboy flamenco metal derrite-caras”. Pero me tengo que conformar un poco más de lo mismo, peor.

Sea como fuere, en algunos casos las cosas han ido para bien. De Dylan, Ian Anderson o Fiona Apple conviene no esperarse demasiado, y sin embargo resultaron bastante más audibles de lo esperado a simple oída. De Cohen puede que me esperara más, pero aun así mantuvo su buen par... de temas. Mejor se mantiene en sus trece es el tito Bruce, tan joven por dentro como sencilla su propuesta. Y el summum de la energía se la otorgamos al señor Battiato, al que tuve la oportunidad de ver no hace poco reclinado en su diván sufí al son de unos sones en francoitaloespanglish que más quisieran otros a sus setenta años.

Sin embargo, podemos citar para compensar muchos más ejemplos de individuos que vuelven este año a sorprendernos…. con lo que se esperaba precisamente de ellos.

Uno de ellos es Jack White, el de los White Stripes, que ahora acomete su primer proyecto en solitario, llamado Blunderbuss, en el que, pese a mostrarse tan artificiosamente histriónico como de costumbre, deja retener un buen número de canciones de rock sin muchas pretensiones que pueden merecer la escucha, y algunas con un poco más de pretensiones que de costumbre, que no la merecen tanto. Serán, supongo, especialmente disfrutadas por los que gusten del grupo en cuestión, como a los que busquen tendencias punkarras sin por ello salirse del omnímodo marco indie también se les hará el culo pepsicola, adivino, al catar el Attack on Memory de Cloud Nothings, con algún instante adrenalínico. Fuera de los diarreicos tentáculos del Estilo que Todo Lo Toca, Earth mantienen también su rollo drone en la segunda parte de Angels of Darkness, Demons of Light, aunque hay que decir que mucho más centrados que otras veces, casi recomendable como introducción a su carácter.

Y, ¿cómo olvidar The XX? En Coexist mantienen bastante su línea,  pero no demasiado para bien, aunque eso no está impidiendo sus crecientes ventas, como sucede con tantos otros fenómenos tanto o más amigos del bostezo en nuestros días (entre los que también podemos incluir también a los laureados Japanandroids). De todos modos, hay que reconocerlo como virtud, son relativamente discretos (al menos no van con el rollo petardo de unos Django Django). Y es que mejor que no se te restrieguen.

Pero para hablar con propiedad sobre el aburrimiento vayan colocando las palmas de las manos sobre sus bocas, porque aquí llegan los reyes.



Beach House- Bloom





En nuestro tercer puesto tenemos una pieza perteneciente a un género realmente peliagudo: el dream pop. Esto es, pop muy pop, monocromo, etéreo, de voces flotantes, etiqueta que  vez que es aplicada hoy día lo es sobre un caso claro de desmoronamiento a golpe de coñazo de la maravilla arcana que pudiera otrora existir en el Ethereal Wave más misterioso o en algunos casos contados de Shoegaze.

No obstante, imagínese por un momento en la coyuntura de tener que compartir escenario, ensayos, sesiones de composición con su pareja. ¿Se dedicaría a tratar de superarla egoicamente mediante la cuidadosa elaboración de gargantuescos mamotretos operísticos o preferiría berrear todo lo que no se atreve a decirle con palabras, gracias a la adopción de un trasfondo grindcore? ¿No preferiría más bien musiquilla tranquila que refleje el estado amoroso de su dulce alma?

En Bloom se formula una química conseguida, y el dúo de Baltimore consigue presentar un conjunto de buenas melodías y de momentos memorables pese a la languidez del contexto musical en el que nadan. Esto es, muchas de las canciones merecen la pena, pero en pequeñas dosis, una a una. Me ha resultado imposible escuchar el disco con placer sostenido durante toda su duración, para más precisiones. No entraré pues a valorar las virtudes de su textura y caligrafía sonora, aunque la producción me complace si es a cuentagotas, sino que destaco mejor el nivel más elemental de composición en algunos temas como Lazuli o Troublemaker, que manifiestan una sintaxis limpia pero precisa cual Hemingway (y Dios me libre de comparar). No es nada de otro mundo, pero sin duda resulta más amistoso que aquello a lo que nos tienen acostumbrado otros productos que se suelen meter tontamente en el mismo saco, léase por ejemplo Sigur Rós, cuyo vástago de 2012 he pasado olímpicamente de testear.

Ah, y resulta que ellos dicen no ser pareja, sino sólo amigos, casi hermanos. La tierna candidez de los niñitos de la era indie…
….que contrasta fuertemente con el monstruo de nuestro segundo puesto.





The Swans- The Seer



Aquí viene el gordo más gordo del año, qué casualidad, vaya hombre, que lo firme un grupo de lo más veterano, que lleva coleando desde el mismo 1982. Oficialmente calificados de postpunk, aunque se han añadido también etiquetas necias y best-seller como la de pos-rock, parece que la clave consiste en colocarle el prefijo “pos” ante los movimientos que van viendo nacer y alejándose cual naves en horizonte egeo. Una especie de ¡chicos, se os pasa el arroz! Aunque no olvidemos que post(erior al)punk es todo hoy día: también lo somos yo y mi primo.
Pero no nos confundamos, pues el arroz quemado puede pasar por un arroz negro de aúpa, y en negrura van sobrados. Si tenemos en justa cuenta las sucesivas aperturas-del-campo-de-fenomenalidad-pop que el avant-garde ha ido tallando, sin duda The Seer se podría calificar como tal de una manera más holística de lo acostumbrado. Esta vez están en lo cierto las numerosas voces que hoy en día llaman “experimental” a lo que se denomina en argot más técnico “virguerías de producción”.

No hay canciones bonitas stricto sensu, hay un tejido anímico general que deja incompleto el valor tonal intrínseco a cada parte. ¿Qué cojones acabo de escribir? Démonos un poco al ejemplo, que tampoco es fácil: unas veces los coros llaman a cumbres de Magma, otras el rollo motel de carrera perturbado nos trae a la cabeza lo último del Lynch compositor. En fin, un poco lo que nos da la gana. Incluso, si nos da por ahí, podemos ver semejanzas con otro disco de este año, el Allelujah! Don’t Bend! Ascend! De Goodspeed You! Black Emperor, en tanto que ambos son gafapasteados como pos-rock y se sirven de algunas disonancias de forma similar. Fueraparte todo ello, es un retoño muy propio el que han parido. Su líder, el dandi Michael Gira, repite incansablemente en las entrevistas, aprovechando tal vez el tirón  de una carrera tan extensa, que es el resumen de una larga experiencia de aprendizaje, quizás basándose en que un orfebre de melodías a la clásica no ahonda, por el bien de su pellejo, en desarrollos como el abuso de la noción de quinta disminuida en la canción que da título al disco. Herramientas proscritas en el Medioevo, sobreexplotadas consecuentemente por cualquier intento de sonar malote desde los años sesenta, ahora expuestas en un contexto que lo extrae de la habitual articulación, de los ropajes en los que se intercalaba, y lo pone a bailar consigo mismo durante un largo rato, no despojando el gesto musical sino sobrecogiendo en la desnudez.

Esta pieza de media hora impresiona desde el mismo momento en que empieza, con una orquesta de gaitas demoníacas (entre otros instrumentos no menos demoníacos). En general la obra se escinde entre la disonancia, como la escalofriante 93 Ave. B Blues o la ya mencionada The Seer, y lo gloriosamente repetitivo y monótono, en donde se pierden la mayoría de líneas, vocales e instrumentales, y que lo vuelve firme candidato a una hipotética historia del rock pánico en la que enlazaría justamente con algunas de las concreciones más amorfas del underground setentero. Con respecto al diálogo con la tradición, baste decir que si hay algún tipo de futuro noble para el cadáver violentado de la música popular esto no aporta tanto en cuanto resultado como en tanto que liberación de nociones, desdibujamiento de estructuras, lluvia parpadeante.

Por otro lado, es cierto que lo he disfrutado mucho más en las primeras escuchas que en las últimas, aunque a un volumen suficiente (cosa que rara vez me es permitida) mantiene su potensia. Consejo, pues: a toda hostia, si tienen esa suerte.

Quizás sea por eso, empero, que el que merece el número uno es un ejemplar cuyo disfrute tiende a crecer en lugar de a desaparecer bajo la prueba de fuego de las horas.



Grizzly Bear- The Shields



Hemos dejado atrás una cumbre experimental y varias estéril-mentales, que nos ha costado relegar a un segundo plano en pos de la senda del corazón y la mano izquierda, la cual nos conduce a coronar con el primer puesto al disco al que sencillamente hemos dedicado más horas. No van mucho más allá, pero abriendo un pequeño paréntesis permítaseme comentar que el año que acaba ha engendrado otros casos de individuación estilística original y reseñable, como el orgánico Swing Lo Magellan de los Dirty Projectors (agradecemos desde aquí su recomendación a la Bestia, aunque seguro que su poncho se ha agitado más que el nuestro a su son), el interesante pero enésimo trabajo de atonalidad que ejecuta en Bish Bosch el otrora maestro de la armonía Scott Walker, la curiosa intentona psicodélica/johnlennónica de Tame Impala, el raro jazz de Flying Lotus o la última mole de los progheads Flower Kings, que tiene el detalle de buscar esa cercanía, bastante perdida hoy, que abanderaba el rock clásico cuando metía a cuatro músicos a grabarse juntos ¡en una habitación! ¡al mismo tiempo! ¡Qué tiempos!

Pero, como dice mi primo José Carlos, “entre nada y poco hay mucho”, y aunque lo que intentaran los Grizzly Bear en el gran disco que se ha hecho con el podio no resulte siempre en el sonido más jugoso que se puede lograr, el paso que han dado con respecto al anterior Veckatimest es sin duda importante, como es un acontecimiento importante cada vez que un grupo abandona la imbecilidad indie y se centra un poco menos en poner caritas de aburrimiento delante de la cámara y un poco más en el muermo que está tocando.

Son agradables las influencias amnésicas de The Hunt, o las arcoírídicas de What’s Wrong, aunque esta última destila un tinte sonoro muy suyo y pasa por el mejor momento de todos. Los abundantes instrumentos sintetizados electrónicamente y la trabajada producción no atosigan tanto como está ahora de moda (triste táctica análoga en estos tiempos post-estructuralistas a la táctica argumentativa de causar impresión por medio de la verborrea), y saben mantenerse precisos y frescos al mismo tiempo, como muestra el tapiz final de Sun in Your Eyes. En el ámbito de la melodía y lo acórdico, aunque hay un par de miradas atrás que pese a todo quedan bien logradas,  tenemos Speak in Rounds o Yet Again por las más contundentes.

No figura en el reducido Olimpo de los mejores discos de todos los tiempos (IMHO) pero es uno de los mejores desde que avino el aciago siglo, y con ese honor ya tiene para rato.

….







¿Y ya está? ¿Ya se acabó todo?

Pues no. Hay un último lanzamiento que resulta un caso un poco peculiar. Para empezar, no he podido conseguir que nadie lo identifique a primera catada como algo producido en 2012. El caso es que tampoco yo he podido, aun conociendo el truco. Así que ¡prepárense para El Epílogo A Todo Esto!




Big Big Train- English Electric (part one)






Digamos que el rock progresivo no se ha mostrado con la fuerza con la que lo hizo hace exactamente cuarenta años, pese a movimientos respetables por parte de the likes of Rush, Änglagård o echolyn.  Hay un notable ejemplar en concreto cuya fuerza, propulsión u originalidad propias es aún menor que las grandes medias. La polémica está servida, y es ya cansina pese a su juventud: no es sólo el timbre vocal Gabriel-Collins (con un toque à la Gildenlöw), ni el uso de flautas o algo que parecen sospechosos Moogs, sino que es que la totalidad del conjunto suena sin complejos como restallaba en sus días el Genesis más añejo.
Si uno es capaz de soportar la comparación y las reminiscencias escondidas a tópicos como el solo de Firth of Fifth o Twin Peaks, se encuentra ante una serie de composiciones un poco difíciles (salvo dos o tres momentos abismalmente más pachangueros), pero que maduran con las sucesivas pasadas y me llevan a considerarla la obra que se hubiera quedado con el número uno de no darme tanto reparo alejarla conceptualmente de su tiempo, que no es este. Si uno además es un decadente nostálgico o piensa que el género no ha muerto y demás chifladuras, motivos de más.

Considerémosla meramente una escucha recomendada por razones ajenas a la coyuntura histórica.

E imaginemos que ahora, para finalizar, pinchamos los bonitos banjos de Uncle Jack a modo de créditos y aparece en pantalla un mensaje instando al lector a compartir sus descubrimientos, o a discutir la basura que aquí ha quedado grabada para siempre.
¡Si no los compartes, Khaled tardará menos en deleitarnos con su próximo single! (y tierras galas verán mis lágrimas)










PD: Por si alguien lo dudaba, y para evitar tediosas listas, el mejor libro internacional del año -que me haya cruzado- es Memorias de la Tierra, del sevillano Miguel Brieva, y el mejor metraje internacional, y este lo tiene más fácil, el de El mundo es nuestro, del sevillano Alfonso Sánchez. Quizás vayamos levantando cabeza, al fin y al cabo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
El Yugo Eléctrico de Alicia se encuentra bajo una LicenciaCreative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 España.