sábado, 30 de marzo de 2013

La marca Marx, III





Una de las reformulaciones más recientes e interesantes del marxismo que conozco (también de las más criticadas) renuncia precisamente al economicismo y se pretende singularmente política. Se trata del proyecto expuesto por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Pretenden ampliar la noción de “hegemonía” (un bloque que ampara a muchos grupos distintos bajo un mismo interés, como ya indicamos) y aplicarla a una mediación entre los grupos sociales, un constructo flotante en perpetua cesión y exigencia, sin pretender contentar a nadie del todo. Dejar de aspirar de esta forma a la identificación plena de lo que quieren los hombres con lo que sucede implica que se acepta lo inextirpable del antagonismo en la sociedad, lo indestructible de la divergencia de opiniones, modos de vida e intereses, necesariamente contingentes todos ellos. Ninguna de las opciones que se tomen debe aspirar a mantenerse para siempre. Esto desemboca en algo parecido a lo que viene en llamarse vulgarmente una democracia radical, que no excluye embarcarse en fines colectivos, indisociables por necesidad de una praxis política.

Nuestra visión de lo político suele estar tiznada por el hecho de vivir en una sociedad constitucional y un bipartidismo turnista que sólo adelanta una nueva toma de poder en caso de haber una presión única. Es difícil entender lo diferente que es nuestra poliarquía partitocrática de borrosos ideales de esta clase de proyectos que, sin embargo, suelen contener un cierto sesgo socialista. ¿Son incompatibles con la desigualdad social? Parece ser que sí, dado que la voz de cada cual debe valer lo mismo. Y si unos están subordinados al poder económico de otros, que además poseen los medios de comunicación que determinan la opinión de toda la sociedad y los empujan a despreocuparse por lo político, amén de esgrimir la posibilidad de una mejor reacción judicial a los conflictos, o lo que quiera añadirse en la cadencia de la acusación, los intereses de unos y otros no van a tener el mismo impacto. Por poner un ejemplo mundano, para que pudieran expresarse en igualdad de condiciones un empleado y su empleador debería de haber una legislación laboral que frenara la arbitrariedad en el despido que vendría al día siguiente. Para que el paciente y la farmacéutica lleguen a un acuerdo que no conduzca como vendetta a su futura desatención en caso de enfermedad debe existir la posibilidad de recurrir a una sanidad lo más neutra posible. Son ejemplos bobos, sí, pero ayudan a entender por qué se enfatiza lo público en lo que no es sino un modelo ideal. Para que se acaben de hacer una idea, relacionen este sentido de “socialismo” con el clásico “velo de la ignorancia” de Rawls, que se ejemplifica con la fábula de una sociedad justa gracias a que las decisiones que se tomaron para construirla no dependían de la posición social que los que decidieran fueran a desempeñar luego.

Laclau y Mouffe insisten en que esta faceta socialista es una de las facetas de esa democracia radical, y no al revés, y se denominan “posmarxistas”, aun anclados firmemente en la tradición marxiana, y  superadores del viejo marxismo, entre otras cosas, porque creen que una reducción de las diferencias económicas no va automáticamente ligada a una reducción de la heterogeneidad de intereses de los grupos sociales, cuya confrontación es del todo ineludible. Recordemos al viejo Marx definiendo la historia del hombre como "historia del conflicto". Si no hubiera conflicto no habría ya hombres, y entonces la Tierra estaría tan deshabitada como Corea del Norte.

Yo recomiendo la lectura de su obra principal (algo técnica, es cierto) “Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia”, para cualquiera que quiera meditar sobre estos temas, mi abordaje aquí no roza la superficie. Creo que lo que se presenta en ella se acerca bastante a esa rara especie de modelo donde se invita a aparecer a la justicia, y una de las pocas, por tanto, que cumpliría con el mencionado requisito del velo de la ignorancia, a diferencia de las nuestras. ¿Por qué ellas serán siempre injustas?

Convendrán conmigo en que es imposible responder con precisión a los intereses que hay en la sociedad en un sistema de representación delegacional del poder político, como es el nuestro (más con la abstención electoral que se produce por su propio descrédito). Con la extensión de las nuevas tecnologías, la realización de la democracia directa se podría convertir, en principio, en lo más práctico. Pero los partidos que a día de hoy detentan el poder político poseen unos intereses poco enfocados a esa línea y anuncian unos ideales muy diferentes de esta frialdad de contenidos. Siempre se habla de “valores”, de la defensa de clases, derechos o actividades consideradas las ontológicamente legitimadas.  Y, al fin y al cabo, por mucho que se nos repitan en campaña permanente conceptos como “justicia social”, “pacifismo”, “ecologismo” o “libertad negativa”, son valores tan subjetivos y vacíos como “raza aria” si no se justifican razonadamente, si sólo se sirven para calentar ánimos. También están infundados si pretenden, como pasa en estos últimos tiempos, ser la reacción a un determinado análisis económico, cual si la economía no tuviera en su base sus propio conjunto de valores que, como valores que son, rara vez se defienden más que por vagas apetencias psíquico-emocionales. En esto, hemos de reconocerlo, el marxismo era más inteligente que otros al recubrirse de su tupido velo de ciencia, fuera verdadero o falso como sociología.

Estas ideologías de las que escribo podrían considerarse “despolarizantes”, en tanto que pretenden, siendo sólo una porción del sistema, un polo enfrentado y definido, convertirlo todo a su propio contenido, sea este la imposición mental más totalitaria o la realización del sistema más liberal del mundo (que resulta en la imposición de la inferioridad económica a personas que quizás no estén de acuerdo con esa condición). Para que todas estas ideologías fueran justas en sentido estricto todos tendrían que estar de acuerdo, independientemente de dónde les tocara vivir. Es decir, no debería de haber oposición o antagonismo de intereses. ¡Vaya, volvemos a la utopía comunista!

Cualquiera de estas posiciones se cree ahistórica, sea el comunismo final y a-estatal, donde todos tendrán el cerebro lavado y se darán al prójimo como hormiguitas, como el capitalismo  ideal, también a-estatal, en el que ricos o pobres consienten y aplauden el chiringuito (en el que se sirve un planeta a la brasa). La única diferencia aparente en este sentido, como se puede fácilmente apreciar, es que capitalismo o fascismo exigen a ciertos grupos permanecer en un sitio social distinto para que el sistema funcione (tenerlos permanentemente alterizados), y el otro teóricamente tiene las puertas abiertas a que todos se conviertan a su causa totalizadora, aunque en la práctica se da la casualidad de que siempre han sido inevitables el Enemigo del Pueblo o la Sesión de Lucha.

Las partes combatientes se configuran como partes, porque no existe un rasero que pueda medir que los valores que propulsan a una u otra sean los “objetivos”,  pero creen estar destinadas a ser el todo algún día, y se obcecan en clamar que todas las otras mienten o contienen errores en su seno y hacer caso omiso a los puntos ciegos propios. He puesto ejemplos extremos para aclarar, pero lo mismo sucede con las posiciones intermedias o más moderadas (siempre y cuando si tuvieran un poder amplio actuaran de acuerdo a unas motivaciones políticas claras y no contradictorias en sí mismas).

Sin embargo, ideas como esta de una democracia radical guiada por un criterio formal parecen a primera vista un poco menos "sentimentales" en el sentido de que su contenido está abierto. Puede cobijar a las otras posiciones y sin embargo no puede ser cobijada por ellas, ya que da la impresión de que a su juicio son necesariamente injustas. Pero esta, en concreto, es una democracia socialista. ¿Están los dos términos en las antípodas lógicas? No, pues una vez se han abandonado los ideales a favor de diluir el aparato de gobernanza en los seres concretos que piden que exista un “gobierno”, sea lo que sea este, se puede concebir una sociedad cuya tensión no sea la antesala de nada, y que sea capaz de mantener cercanas las posibilidades de partida de los sujetos sin por ello aliviar las diferencias culturales, éticas y los intereses de cualquier índole. O, más bien dicho, que si mantiene una cierta igualdad de oportunidades sea en aras de la existencia de las diferencias y la posibilidad de que puedan tener eco en las decisiones. La idea no es crear un sistema en el que se cumplan unos principios caprichosos e infantiles, sino crear un sistema en el que se pueda crear un sistema en el que se cumplan, valga el retruécano. 


Pero, ¿acaso esta improvisada “reinserción” de una característica tradicionalmente cara a la izquierda no es otra forma de vendernos una elección plenamente subjetiva como la única viable? Parece posible que una sociedad así pudiera ser justa incluso en el caso extremo de que todos eligieran la desigualdad o la explotación, la cuestión (y lo problemático de su implementación, como la de cualquier idea en abstracto) es que para elegirla hay que partir indudablemente de las mayores condiciones de igualdad posibles. Y que en cuanto algunos se opongan habrá que empezar a negociar intereses. Pero el objetivo es bastante consecuente con la idea de que las formaciones históricas son sólo de tránsito, y que, para que algo se dé deben de existir las condiciones materiales de que se dé, que si las condiciones no son favorables no durará, se extinguirá rápidamente o se engendrará un monstruo.

Hay que aclarar, por un lado, que este esquema no implica que no exista un “poder” representativo para llevar a cabo lo que la política tiene de cálculo y trabajo duro, más allá de la toma de decisiones. Es algo que en su ontología no le concierne del todo. Podría figurar en el programa de un partido socialista, pero, para evitar que esos políticos se constituyan como un grupo propio que inmiscuya en su obrar como políticos su propio interés de clase (que debería quedar relegado a su voz y voto como ciudadanos pertenecientes a cualesquiera otros grupos) lo óptimo sería que ese poder estuviera sujeto a continuas revisiones o sucesiones desde abajo (cualquier mecanismo de horizontalidad diseñado desde los albores del cooperativismo, el mutualismo, etcétera es más o menos aplicable).

¿Se trata acaso de una ideología que pretende acabar con todas las demás y considerarse la verdad absoluta? Es más bien una estructura formal que no tiene por qué mantenerse eternamente. Es un ideal en que puede darse el sistema contrario: si todos, una vez que pueden sentarse en condiciones de igualdad a la mesa (metafórica, no nos liemos) de ese consenso cuasi habermasiano, discuten y deciden unánimemente que otra cosa es mejor nada impide su realización, hasta que cambien de opinión. Si todo el mundo vota unánimemente a neonazis y estos se aseguran de que mantendrán el sistema electoral, que no le engañen las sensiblerías: estará bien. Otra cosa a discutir es si los colectivos minoritarios tienen derecho a ejercer presión con sus reivindicaciones o a coger la puerta cuando a bien lo tengan.

Esto es también una opinión, y ni siquiera es la mía, puesto que no se sale suficientemente de una tradición intelectual fuertemente marxista, aunque sea para criticarla y afirmar superarla. No obstante, me parece bastante certero que estos y muchos otros pensadores contemporáneos  hagan brotar de las cenizas del rojo caudillismo un acercamiento  de los sujetos políticos, en una situación de economía tan globalizada (y tan falsamente en pos de la aproximación de extremos) que, como decía el bueno de Guy Debord, el progresivo acercamiento geográfico “concentra interiormente la distancia”[1]. Y ya que el único improbable fin de la historia, la única tensión fatal fuera de las múltiples tensiones no fatales que soy capaz de concebir (y más allá de la taimada dicotomía “capitalismo o fin del mundo”) sucedería precisamente, tras muchísimo tiempo y sufrimiento humano, cuando aquellos millones que a nivel planetario viven narcotizados por el hambre y el fango exijan una explicación a los que viven narcotizados por el espectáculo.



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