Repuchado en el banquillo es gozoso ver cadáveres pasar frente a la
puerta de mi hogar aristócrata.
Incólume e intacto nunca se duerme seguro de hacer lo correcto.
Pasar la vida negando la propia condición de diletante no deja de
resultar paradójico en un funambulista profesional.
Jamás se planea para uno mismo el mito del equilibrista-autista solitario
y nocturno recostado a la sombra cambiante de una mujer soleada.
Nada me espolea. Nada me interesa. Tal vez sea hora de reconocer que
quizá la vida no sea aquella perla reluciente que imaginaba.
Sé que lo que soy y lo que tengo sólo serán sombras.