martes, 16 de abril de 2013

Neuromante- William Gibson




 “Pero la habitación recubierta de paneles empezó a doblarse en una docena de ángulos imposibles, cayendo por el ciberespacio como una garza de origami”





Dejadme decir que por segunda vez intenté culminar la novela que trajo el cyberpunk a nuestras pantallas, esta vez con éxito. No sé en el original, pero al menos en la traducción en español (hablamos de un género donde no siempre son acertadas las traducciones) sucede ese curioso y típico fenómeno que afecta especialmente a la ciencia ficción: el de resultar estilísticamente farragosas obras que en su momento se caracterizaban por su popular y atractiva lectura, tornando ésta difícil de explicar. Creo que puedo justificar una cierta paciencia lectora, y sin embargo en este género me ha sucedido con obras de Philip K. Dick, Lem, Aldiss, Anderson, Spinrad y más. Obviando la posible traducción degradada, uno no puede menos que pensar que, en comparación con la intemporal pluma de, por ejemplo, Dostoievski, esto puede resultar una grave acusación contra la habilidad técnica de los escritores de ciencia ficción. Yo opino que no necesariamente, ya que me parece mucho más fácil contener nuestra mentalidad de época para introducirnos en la de otra que adaptarnos a la forma en que en ese entonces, desde su base cultural, se concebía el futuro. Aunque precisamente jugar con esta divisoria dé lugar a resultados tan jugosos, estéticamente, como el Steampunk o el Dieselpunk, la verdad es que a los lectores de hoy, a la hora de describir un artilugio imaginado, les resulta más clarificador el empleo de la palabra “microchip”  que el de “placa rallada” 1.

Neuromante es, en muchos puntos, un intento de narrar la visión clarividente de un mundo dominado por la Red con los recursos del momento que, sin embargo, a tenor de su espectacular éxito, ha acabado modelando ese mundo del que era un grito de advertencia, sin por ello impedir su realización. A decir de muchos, es una de las pocas distopías que tenían verdaderos fundamentos para su especulación catastrofista y, además, la única que se está cumpliendo. Yo hoy día creo que no es más exagerado decirlo de “1984” que de esta obra publicada precisamente en 1984, pero es cierto que hay que hacer un doble esfuerzo por impresionarse ante algunas de sus visiones más descabelladas, implantadas ya con creces.

La historia nos puede parecer prototípica, y toda la culpa la tiene el boom, algo artificioso, del género cyberpunk y su influencia en el cine fantástico de los 90. En la trama, a la que se le conceden las mínimas explicaciones posibles, un ex “vaquero” que robaba información conectándose a la Red es contratado por una figura misteriosa para que, junto a una chica con el cuerpo lleno de implantes, lleven a cabo una secreta misión la cual, poco a poco se descubrirá, tiene que ver con el intento de algunas IA de superar sus límites. Hoy sería calificado quizás de pastiche démodé, de no ser porque se trata de la obra que introdujo por la puerta grande esta gran serie de tópicos, entre los que se cuentan la idea de “La Matriz” (en inglés original Matrix), la palabra “ciberespacio”, la ambigüedad moral presente tanto en el bando de las megacorporaciones omnipotentes como en el de los hackers fuera de la ley, y la delincuencia en metrópolis al estilo Blade Runner, en cuyas calles de neón se da un caótico batiburrillo de culturas y de tecnologías prohibidas.  

El principal infierno en la tierra que se nos describe es la descomunal Chiba City, cubierta, según sus famosas líneas iniciales, por un cielo del “color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto”, lo cual por cierto anticipa la enorme predisposición de la sociedad japonesa hacia el cyberpunk tanto como literatura, estilo de moda y filosofía vital (Cybergoth) como en forma de maravilloso cine extremo (Tsukamoto, Fukui) 2.  Luego los protagonistas viajan a Estambul, a un emulador de la vieja Francia, y a otros sitios, siempre sorprendentes por su amalgama cultural. Realmente, lo más reseñable de la novela para mí, y lo que ha superado su sambenito de fuente potabilísima para otras tramas, es su delirante ambientación. ¿El estilo complicado que criticaba antes? Pues sí, nos encontramos ante trescientas páginas de libre asociación cultural, geográfica, sensitiva, tecnológica. El lenguaje es una abrumadora marea de inquietantes nombres propios inexplicados, neologismos tecnológicos, jerga ultra-científica para describir cualquier minucia, metáforas para explicar la Red que no aclaran nada a quien no ha estado allí, y apelaciones, en el asfixiante ojo del torbellino, a mezclas perceptivas de objetos corrientes, naturales, que sólo serían asequibles en medio de una interconexión y globalización críticas. Aquí la asociación no genera necesariamente un sentido trascendente de su mezcla, sino que sólo provoca turbación ante lo inconcebible. Aunque no es habitual una palabrería así de copiosa sí he notado su influjo, fuera del estricto marco cyberpunk, en múltiples representaciones de la visita a “espacios estrictamente virtuales”, inasequibles por definición al entendimiento humano, como en el "Tecno-Núcleo" en la obra de Dan Simmons.

Y esto me lleva a lo que realmente quería comentar. Desde comienzos del siglo pasado se vienen haciendo experimentos con la libre asociación, el sonido o la pintura “en sí”, el monólogo interno liberador de la sensación sin cortapisas, aquello que Blanchot calificaba de búsqueda de la Continuidad, de acercamiento de diferencias. Pese a que muchas veces se han usado estos métodos como  vías para conseguir un definido estilo o carácter (pues, pese a todo, siempre está filtrado por la personalidad del autor, o por el estado de ánimo que la droga induce), no se me negará que el objetivo en abstracto es la ingenuidad de verse fuera de ataduras constreñidas por factores externos, de dejar que el Arte fluya desde su fuente primordial, eterna y externa. En cuanto cuestionamos esa Fuente etérea de todo arte, y consideramos lo inevitable de la Tradición y el Prejuicio en su sentido más hermenéutico (trastocados, claro está, por el margen de subjetividad del artista) vemos que, involuntariamente, lo que se está pretendiendo al intentar zafarse es (y lo que han sido muchos resultados del vanguardismo) morralla, hiperinformación, verborrea masiva.  Y, en efecto, esas son las consabidas consecuencias del nuevo modelo virtual de acceso a la información, creado tras la ingenua pretensión de elevar el potencial creativo humano hasta las estrellas : debilitamiento de las jerarquías y la autoridad en el saber, profusión descontrolada de falsedades, superposición residual de elementos jamás concebidos antes en contigüidad..

Uno de los grandes logros de Neuromante no es sólo plasmar esta interconexión en la que todo referente moral o gubernamental está fuera de la acción, sino inundar con ella al lector, como en un mapa que se contempla desde tan cerca que la imagen de conjunto brota con mucha dificultad (al principio ni nosotros ni el protagonista conocemos la razón de su misión, pero a nosotros nos da la sensación de quepodríamos saberla si hubiéramos estado atentos). Y en un mundo como el nuestro, en el que Elvis es resucitado para dar conciertos 3, en el que tenemos mejor calidad de imagen que el mundo, y operamos con resoluciones más altas que las que podemos captar 4, en el que estamos abocados en suma, si queremos mantener el nivel de aceleración vital sin precedentes al que aspiramos, a zambullirnos a diario en la marea virtual, ¿de dónde provendrán los lugares a describir? ¿De insignificantes matices entre tipos y formas tecnológicas, que a la larga, cuando hayamos olvidado la superficie, nos parecerán abismales? Ahora nos parecen muchísimas las diferencias entre Berlin y París, pero pueden ser indiscernibles para un un masai. ¿De la asociación sin barreras de paisajes y culturas del mundo externo, o de productos terciarios surgidos del contacto de estos con la tecnología?  Puede que llegue un punto en el que el tópico de sosiego de “las plácidas praderas" de Blake, de esa Merrie England que abrió los últimos Juegos Olímpicos, y que es lo que precedía a nuestra andanza autodestructiva sobre la Tierra, desaparezca en el olvido junto a su referente y quizás tengamos que conformarnos con la religiosidad ciberdélica del salvapantallas armonioso.

En todo caso yo creo, y no lo encuentro en Neuromante (pues es uno de sus pistoletazos de salida y en él el mero hacinamiento de imágenes ya es significativo) que de esas conjunciones se puede extraer un sentido, pueden llegar a ser tan bellas y fortuitas como el famoso encuentro “de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección” de Lautréamont. No obstante para su concepción hace falta un fondo de pensamiento crítico, que es el primero en perderse entre mucho conformismo cuando se abre la cerca de la libertad de expresión masiva.



[1] Una página que he descubierto recientemente no sobre el retrofuturismo, sino sobre "paleofuturismo", o cómo veían el futuro en el pasado http://www.paleofuture.com
[2] Un artículo introductorio en una notable página sobre el cine japonés reciente –aunque algo muerta últimamente-, se encuentra enhttp://www.midnighteye.com/features/post-human-nightmares-the-world-of-japanese-cyberpunk-cinema.shtml . El artículo está traducido al español  en la también recomendable Asiateca (http://www.asiateca.net/?p=4152,  http://www.asiateca.net/?p=4186http://www.asiateca.net/?p=4247)

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