domingo, 9 de junio de 2013

Nota monocorde.

   

   Cuando uno quiere aprender una lengua es necesario manejar su gramática por la particularidad matemáticamente exacta del dibujo. Por ello, Heidegger afirmaba que “la realidad de verdad del hombre es, en su fondo, poética” .

   La cadencia del existencialismo abarca lo ancho y largo del angosto paisaje sicológico del hombre profundo. T.S. Eliot, entre su libro 'La tierra baldía'  sobresale un poema ,dedicado a   Ezra Pound, llamado 'El entierro de los muertos' de donde sobresale esta estrofa: "¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen/ en estos pétreos desperdicios? Oh hijo del hombre,/ no puedes decirlo ni adivinarlo; tú sólo conoces/ un montón de imágenes rotas, donde el sol bate,/ y el árbol muerto no cobija, el grillo no consuela/ y la piedra seca no da agua rumorosa./  Sólo hay sombra bajo esta roca roja/ (ven a cobijarte bajo la sombra de esta roca roja),/ y te enseñaré algo que no es/ ni la sombra tuya que te sigue por la mañana/ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro;/ te mostraré el miedo en un puñado de polvo."


   Michel Foucault reflexionó en su libro ‘Estética, ética y hermenéutica’ sobre la muerte a lo largo y ancho del término. De él extraemos el siguiente extracto:«Lo que constituye el valor particular de la meditación acerca de la muerte no es sólo que anticipa lo que la opinión representa generalmente como la mayor desgracia, no es sólo que permite convencerse de que la muerte no es un mal; dicha meditación agradece la posibilidad, por así decirlo, por anticipación, de una mirada retrospectiva sobre la propia vida. Al considerarse uno a sí mismo como a punto de morir, se puede juzgar cada una de las acciones que se están emprendiendo en su justa valía. La muerte, decía Epicteto, sorprende al labrador en su labranza, al marinero en su navegación: “Y tú, ¿en qué ocupación quieres ser sorprendido?”. Séneca considera el momento de la muerte como aquél en el que podría de algún modo constituirse en juez de sí mismo y medir el progreso moral alcanzado hasta ese último día. En la carta 26, escribe:“Acerca del progreso moral que haya podido hacer, lo confiaré a la muerte…Espero el día en que me constituiré en juez de mí mismo y conoceré si tengo la virtud en los labios o en el corazón”.»

  Henning Bech señala que (dado que las ciudades en las que la mayoría de nosotros vivimos hoy son “agrupaciones grandes, densas y permanentes de seres humanos heterogéneos en circulación”, lugares en los que uno está abocado a moverse entre “una gran multitud, perpetuamente cambiante, de diversos extranjeros que se entremezclan”, tendemos a convertirnos mutuamente en “superficies”.

  A medida que la multitud urbana se va haciendo más diversa, las probabilidades de tropezar con equivalentes modernos de las marcas al hierro aumentan proporcionalmente; y también, por consiguiente, se alarga la sospecha de que podemos ser demasiados lentos/ineptos para descifrar los mensajes que puedan contener los signos con los que no estamos familiarizados: tenemos razones para sentir miedo y culpar a la vida urbana de ser peligrosa por su variedad.

   Así, el valor de la comunidad original estriba en esas dos intenciones: la pensé unique de nuestra sociedad de mercado desregulado omite ambos cometidos y proclama abiertamente que son contraproducentes a los predicadores de la comunidad (adversarios jurados de este tipo de sociedad –reacios a acudir en defensa de cometidos abandonados-).


   Entonces, todos somos interdependientes en este mundo nuestro (en rápido proceso de globalización): ninguno de nosotros puede ser dueño de su destino por sí solo. Por coalición, todo lo que nos separe y nos impulse a mantener nuestra distancia mutua, a trazar esas fronteras y a construir barricadas. Todos necesitamos tomar el control sobre las condiciones en las que luchamos con los desafíos de la vida, pero para la mayoría de nosotros, ese control sólo puede lograrse “colectivamente”.


  Si ha de existir una comunidad en un mundo de individuos, sólo puede ser una colectividad entretejida a partir del compartir y del cuidado mutuo: una sociedad que atienda (y se responsabilice) la igualdad del derecho a ser humanos y de la igualdad de posibilidades para ejercer ese derecho.
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