jueves, 15 de agosto de 2013

Devocionario





   El excesivo infantilismo-pulp del s. XX en la manifestación artística restó credibilidad a su ejercicio reproductivo hasta decaerlo en la más ridícula desacreditación ante el público/consumidor.

   A su pesar, desdora el bruñido honor cuando, solemnemente, tuestas la mano en el fuego por la corrupción moral del mercenario arte en pos de la vanguardia más yerma... Porque, dada la condición humana, devanar la madeja del futuro en negro sobre blanco casando la Amígdala y el Neocortex es útil para salvarse de los chantajes de la realidad ante el trapecio que oscila en la quimérica balanza de tragedias y triunfos. Definitivamente este siglo es reacio a los juegos del artesano (tendiéndole todo tipo de trampa) y ante su prohibición o capitula o lo inmola o le disuelve en el Océano Divino de la NADA.

  Al igual que el oyente sordo sería incapaz de ver la connotación metafórica del mantra  "I don't have to sell my soul,/ he's already in me." como un nirvana elegiaco en aras del ansia de superación que cualquier chaval de barrio pretende para conseguir salir del barrizal en el que vino al mundo, mantener a raya la higiénica costumbre de optimizar la existencia de uno cuestionándose preceptos ayuda a lanzarse en la búsqueda apasionante del encuentro cósmico con nuestras infinitas posibilidades de disfrute y crecimiento personal, más que un deber es un placer de salvación.

   Una vez se reconoce la evidencia existente intrínsecamente desde la objetividad común, la obra de arte jamás es bella. Quien necesita la comparación como jerarquía toma la rienda de su vida desde la fusta y el sadomasoquismo.

  Se entiende como una forma esplendida de opresión aquel mercantilismo que juega con el tiempo abstrayendo la identidad del sujeto a un rápido cúmulo de acontecimientos que remontan constantemente la necesidad imperativa de la efímera felicidad.

   Nos encaminamos a un paralelismo moral coetáneo: nadie gobierna directamente en su conducta como la comprensión justa de la identidad divina que espera el llanto. 

  Hoy por hoy, el artesano y su laburo está arrestado por el fascismo de la Red: la creación es tomada por estúpida y relegada al marco del arte siempre y cuando lo que entendamos por arte sea una cola-light. Hoy por hoy, no hay meta ni fin más atractiva para la obra del artista que la desaparición de la misma.

Ser acusado de apocalíptico no es sino una redundancia desprovista de humor más que una ironía sorprendente que divierte o entretiene tan plúmbea como un domingo a media tarde.


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