martes, 13 de agosto de 2013

El portátil de Babel

(A Manu)

Cuando la Torre estaba en su apogeo, cada ladrillo que se añadía a la maravillosa construcción era más bello, más refinado, más suntuoso. Todas las piedras compartían un gran objetivo común, todas estaban embarcadas hacia el mismo puerto. Cuando llegó el Gran Trueno, las Dos Tormentas, las Guerras Relámpago, la construcción se quebró en dos y sus piedras acabaron en el suelo, sin contacto entre ellas, dispersas de cualquier manera. Se descubrieron a la misma altura, iguales. Ya no había unos arriba y otros abajo, unos disfrutando las vistas y otros soportando el peso. Contemplando desde la distancia la Torre rota de la que habían formado parte, los ladrillos se creyeron emancipados: nadie daba ya órdenes, ningún arquitecto organizaba el conjunto sin pedirles su opinión, eran libres.

Por el impacto de la caída, se habían hundido un poco en la blanda tierra. Cada uno sobresalía de un pequeño nicho. Con el paso de los años se fueron hundiendo más y más en el suelo barroso, perdiendo el contacto con sus semejantes y alejándose poco a poco del aire de la superficie. No pasó mucho hasta que el viento más intenso fuera ya incapaz de voltearlos.


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