viernes, 6 de septiembre de 2013

Intolerancia




La nave se estropeó y cayó en picado. El extraterrestre intentó controlar el cachivache, pero los controles no respondían. Se estrelló en medio de un bosquecillo. Lo encontraron unos chavales que jugaban al 1, 2, 3  en un claro cercano y, tras uno de esos pavorosos episodios de incomprensión intercultural que surgen en casos así, se puso el idiopinganillo y consiguió que se congraciaran con él y lo llevaran a su casa en el pueblo, atando la nave al remolque de una de las bicis. Tras otro lamentable episodio de etnointransigencia instintiva, los padres le permitieron quedarse a dormir en el trastero. Poco había allí de utilidad: nada de holosables, martemartillos o metacola, sólo el instrumental tosco del más primitivo de los Pueblos Estelares. Lo más avanzado, alguna llave inglesa de las que necesitan un martillo para ajustarse (y no tenían martillos, by the way).

Así que la reparación se prolongó más de lo esperado, pues tenía que fabricar en primer lugar el instrumental y luego arreglar la nave. A esto se sumó un problema de primer orden: era incapaz de soportar la comida. Beber sí que bebía cantidades astronómicas de agua o cerveza (aunque sólo la toleraba muy fría), pero al menor contacto con sus alimentos los regurgitaba de forma harto desagradable para el resto de comensales, que aprendieron a no avisarle a la hora de comer para su fracasada intentona diaria. Probaron toda clase de materias primas, todas las técnicas de elaboración que sabían, pero fue en vano. Él no daba crédito a sus arcadas, pues su cicloenciclopedia le aseguraba que la gastronomía del tal Planeta Tierra (nombre local) era perfectamente compatible con su metabolismo. Se preguntaba si sería problema suyo, algún componente microscópico que su organismo fuera incapaz de asimilar, mientras, día tras día, iban menguando sus ultralorzas de recarga nutricional. Cuando se agotaron adelgazó a la mitad, se volvió incapaz de andar y no duró más de una semana, en la que trató desesperadamente de reponer el primero de los muchos tornillos que le faltaban a su nave, hasta que el reponetornillos atómico que había fabricado con una tetera y dos hélices se escacharrara a mitad de camino.

Dedicó sus últimas palabras a agradecer a la familia su hospitalidad y a prepararlos por si a otro de sus Hermanos le sucedía lo mismo. Les pidió que guardaran la nave y todos sus papeles, que  hicieran una lista de todos los alimentos que recordaran haberle suministrado y que le comunicaran al nuevo que la cicloenciclopedia estaba equivocada sobre la compatibilidad con la cocina local, que probara con otras cosas que no estuvieran en la lista por si las moscas. Por último les dijo, previsor, que en caso de que su X-GPS se estropeara, como había estado a punto de sucederle a él, informaran al hipotético visitante de que el lugar donde había dado con sus huesos era una tal Inglaterra (nombre local) y que, por lo demás, era un sitio muy apacible.


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