miércoles, 4 de septiembre de 2013

Triunfar


Entra un hombre en escena. Baja la calle, cabizbajo, las manos en los bolsillos. Está sin afeitar, tiene la camisa sin planchar y hecha una sopa de lamparones, en sus pantalones se adivina algún palomino. Se detiene y mira a los espectadores con ceño desesperado. Extiende la mano a los presentes, tal vez espera un donativo. La retira. Con rictus de resignación, muestra el fondo de sus bolsillos vacíos. Bueno, no tan vacíos: del izquierdo cuelga una araña de un hilo. Pero nada más. Se encoge de hombros, desvía la mirada. El fondo colgante de sus bolsillos se eleva, sin que él se percate, luego cae de golpe. Vuelve a ascender, vuelve a bajar, cada vez más rápido. Poco a poco, los pies dejan de rozar el suelo. Desaparece de la vista.


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