miércoles, 18 de septiembre de 2013

VI. Sertralina








La noche se expande como un gato que busca definirse. Sufro una especie de amnesia generalizada y me duelen aquella partes preciadas con las que antes solías jugar. No hay ningún desarreglo que el clonazepam no pueda corregir en un breve lapsus de mística química.

  El poeta provoca con acero desnudo el lento consumo de la ceniza en decadencia donde domina el naufragio supremo y único del mástil. Hay suficiente oxígeno para que el humo del cigarro vaya reemplazando los ojos de los que no van a llegar mientras nuestras bocas aún ansían las venas cargadas de brisas y cien pájaros volando.

  Desordenadamente nuestros ojos están llenos de selva y son un manifiesto. El sudor cubre de tiempo los objetos de la habitación descomponiéndose, nombrando cada cosa, niebla a niebla golpeando de adjetivos los signos interrogativos de la pared.  Tan distantes como el inicio de la relación se disgregan por las rendijas de nuestras pupilas desgarradas de cerraduras y raíces, pernoctando entre el oxidado y tenaz material del deseo.


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