lunes, 18 de noviembre de 2013

Tardes con una pelirroja (IV)



Entre Tirso y Bilbao llega a creer que necesito un hijo que me enseñe a ser padre. También vuelco mi enajenación allá dónde las bestias han usurpado la palabra de los hombres. Un modo de rebelarse al olvido o una súplica a su ironía de medianoche. Que poca seriedad deberá pensar, cuando sin remedio subo de su falda a su blusa. Se deja hacer como una víctima extática de mi clarividencia. 
<< Guarda tus sueños >> Llega a jadear cuando me alejo demasiado de la senda del buen hijo. Lidio entre sus piernas secas y ardientes. Siento la orden del canto vivo y guerrero cuando le invito a casa. 
<< ¿Esta noche llegarás a vivir? >> Pregunta arrinconándome en los pecados que saben mejor en su boca. Ardiendo en colores secretos, a brisas pasajeras, entreabriendo su ropa me declaro digno protector de la musa y ludópata empedernido. El metro sosiega la marcha. Creo que la luz artificial e incandescente del subterráneo Madrileño es el camino más rápido al cielo. Ella baja primero con una fuerza prestada, sin conocer jamás mayor ley que su belleza. Torpemente vago por su piel galvánica. << Si esta noche morimos, por la vergüenza de muchos, iríamos a una fosa común >> Ella ríe mi chiste de tercera más preocupada por encontrar la salida de nuestro arduo laberinto.

<< Aquí se pagaron tiros de gracia en los años de la guerra >> Le advierto con mi ímpetu tambaleante. Por fortuna nos recibe el frío seco de la capital, con sonidos sordos y ecos extraños. Mis manos vuelven sobre sus nalgas. Me cuestiono si estarán tan ardientes como sus piernas. << De esto ni palabra, tengo algo por ahí >> Me informa. Me tranquiliza pensar, que ni un sólo instante viviría el hombre sin la consideración que supone el cascabel de las serpientes.

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