domingo, 2 de febrero de 2014

Cuentos cuánticos, I: "El hombre más viejo del mundo"




"En las montañas del Himalaya vivía el hombre más viejo del mundo. Un gran señor, obsesionado con la idea de la muerte, preparó una expedición para ir a visitarle. Tras pasar por muchos peligros y perder a buena parte de sus hombres, consiguió llegar a su humilde choza.
-Oh, venerable anciano -dijo el aristócrata, haciendo una reverencia- ¿cuál es la clave de tu longevidad? ¿Cómo has conseguido vivir tantos siglos como cuentan?

-Es muy sencillo. Hace muchos años me propuse que nunca más iba a contradecir a nadie. Gracias a eso estoy ahora aquí.

-Pero, ¡eso no es posible!

-En efecto, ¡no es posible!"







Comentario:


Hay ciertos chistes, historias o poemas cuya lectura produce una sensación como de chispa, de fogonazo, una ruptura con el sentido común que da la impresión de que hemos captado un conocimiento importante difícil de trasladar a palabras. La reflexión posterior consigue a veces reconstruir esa sensación en términos racionales pero, si esa reflexión no tiene lugar, el cuento puede quedar sepultado en el inconsciente, sin haber invocado ningún efecto duradero, sólo unos instantes de lucidez perdida. 

En nuestra época, la que más lee de todas y la que peor lo hace, nos paramos cada vez menos a pensar sobre lo que nos pasa ante los ojos. Es por eso por lo que comienzo una serie de cuentos tradicionales muy queridos en la que me permito explicar por qué me gustan estos átomos imprevisibles, sin pretender monopolizar las interpretaciones. 

Lo más peculiar de esta historia, cuyo origen creo sufí, es la extraña respuesta del viejo a una pregunta que ha obtenido multitud de respuestas a lo largo de los siglos: "¿cómo prolongar nuestros días en la tierra". Él dice que extrae su energía vital de la promesa de nunca contradecir a nadie. Es decir, de la paz interior que provoca la ausencia de conflictos con sus semejantes, guiada tal vez por la comprensión intuitiva de que, en cierto sentido, todo el mundo tiene sus razones, y para cada cual son tan validas como para los otros las suyas. El sabio ha conseguido vivir más que los otros porque ha creado un modo de vida distinto, más pacífico y tranquilo, a diferencia de los que no osaron desviarse de lo que tienen aprendido. No obstante, la formulación de este pensamiento contraría al visitante. Aunque tal actitud sea beneficiosa para la salud emocional, nada indica que tenga repercusiones en la vida física. Al ligar su filosofía de vida con sus funciones vitales, el viejo está incurriendo en un absurdo. La excentricidad de las costumbres no puede afectar al cuerpo, a menos que eso de "tener una larga vida" sea una metáfora de "una vida feliz".

Salta al ruedo nuestro sentido común, que niega junto al visitante: "eso no es posible". Y, sorprendentemente, el viejo nos da la razón: "En efecto, no es posible". El intelecto ha refutado su absurdo, y él lo acepta alegremente. Así satisface al inquisidor y, al mismo tiempo, evita contradecir a alguien. Al negarla, cumple su promesa. Pese al ataque del intelecto, el viejo ha salido indemne: no contradice a los otros, a costa de contradecirse a sí mismo. ¿Qué es lo que sale reafirmado de esta maniobra?

No es el precepto de no contradecir a los demás, porque, aunque se sigue cumpliendo escrupulosamente, ha sido negado oficialmente por ambos personajes. Parece más bien que, si el anciano ha conseguido evitar los ataques frontales de la lógica, es porque posee un modo de vida en la periferia. Ha alcanzado una lógica propia, más allá de la contradicción aparente que surge del analizar el asunto con las anteojeras del intelecto. Esa lógica propia, fruto de su singular estilo de vida, genera paradojas cuando se enfrenta al sentido común de los demás, pero son paradojas satisfactorias para todas las partes.  Cuando alguien ha encontrado su propia forma de estar en el mundo, ya nada puede destruirlo.



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