martes, 11 de febrero de 2014

Por qué hemos vivido por encima de nuestras posibilidades (I)






Se escucha repetir en las universidades, en los parques, en las cafeterías, en la cola del súper… Lo susurran los ancianos, lo gruñe el televisor, lo cacarean los niños, lo maqueta el periódico, lo disertan las comadres. Un fantasma recorre Europa. Es inmaterial, es ingrávido, es inmortal: es una idea. Y dice así:

“Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”


Lo estamos pasando mal, pero todo tiene su explicación. La cosa no tiene remedio, porque nos lo tenemos merecido.  Estamos con el agua hasta el cuello, pero nos consuela contemplar una gota de resignación.
¡Qué pillines que hemos sido!

En España se ha derrochado. En España se ha despilfarrado. En España se ha desperdiciado: nuestras posibilidades vivían en un segundo piso, y nosotros alquilamos un quinto. Y que eso fuera así, nadie lo está negando, pero ¿adivina el lector qué país tenía, antes de la crisis, el presupuesto más bajo en materia social por habitante de la Unión Europea? Venga, una pista: acaba en “-aña” y no es Gran Bretaña. [1]

A ver, ¿quién fue aquí el pillo que vivió por encima de sus posibilidades? ¡Que levante la mano! ¿Serán los halcones de cierto aeropuerto, por no mencionar algunos rostros un poco más conocidos (aunque de rasgos tanto o más aguileños)?

La cosa no podía seguir así. No podíamos seguir “viviendo por encima de nuestras posibilidades”, y la culpa de todo la tenía ese dinero público que habíamos “derrochado” en “asuntos sociales”, tanto es así que al inicio de la crisis nuestra deuda pública era inferior a la media europea y el Estado se encontraba en superávit, situación que empleaba en que nuestros gastos sociales fueran los menos elevados por habitante de la Unión Europea.

¿Cuál es la solución?

Un plan de recortes inspirado en el neoliberalismo de la era Reagan, esa época gloriosa cuya estrategia económica consistía en la promesa de bajar el gasto público y bajar los impuestos. En la práctica, logró subir el gasto público, desviándolo de lo social a lo militar y manteniendo un programa de ayuda automática hacia los gobiernos locales y estatales cuya eliminación fue fatal para la recién recuperada economía, y…. sí, subir los impuestos, más que ningún otro presidente norteamericano en tiempos de paz. ¿A quién? A los pobres. [2]

Si esa es la solución, si a él le fue tan bien “bajando” el gasto público y “bajando” los impuestos, ¿por qué a nosotros no nos iba a “funcionar” lo “mismo”?

Ese fue el complejo razonamiento que nos invitó a elaborar nuestros planes de recortes. Pero, como no nos dimos cuenta de la farsa, esta vez de verdad. Y así nos va.

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