Aún no distingo las
luces que juzgo tan eternas como el agua y el aire. Se me hace cuento que
Alicia estuviese aquí y ocupara el espacio que Lucía dejó hace meses.
Septiembre era un
cadáver con los ojos abiertos y Alicia apareció con una manzana entera expuesta
a las auroras y lluvias del otoño. Arrastraba todo el barro posible en sus
tacones. Sus ojeras describían la inocencia terrible del amanecer. Sólo
codiciaba lo presente. Era sábado y yacíamos tan exhaustos que cerramos la
casa. No nos unía el amor sino el espanto.
Rendidos, los dos
ansiosos nos tumbamos con las venas abiertas.