martes, 15 de julio de 2014

Evasión o victoria.









  He procurado no olvidar mis remotas y ya desdibujadas humanidades en este proceso genuinamente totalitario de referéndum separatista. 

  Los regímenes dirigen a sus súbditos al pudridero prometiéndoles el paraíso del cielo en la tierra. Por un alto al fuego verbal se ha promovido cientos de guerras.

  Jóvenes intrépidos promueven la inestabilidad mientras un próximo Jean Cocteau se echa a perder en una de esas marchas de camisas negras por las calles del centro de Madrid.

  Nuestros políticos llevaron a la nación al pudridero. Todas las marías lo saben en el mentidero.

  ¿El dedo en la llaga? La cartilla de racionamiento socialdemócrata.

  Hay una aventura estadounidense del tebeo que se asentó en el acerbo popular. ¿De qué va? Por encima, es del siguiente modo:

      Un niño fue adoptado por un perro. Y, posteriormente, una casquivana le entreabre los agujeros negros del tiempo y los revolucionarios franceses.

  ¿La combinación letal? La mentira unida a la estulticia.

  ¿Algo más para pensar en el día de hoy? Sí, claro, una cita al sesgo. Tengamos a mano el consejo de Ricardo II en pluma de Shakespeare: «El miedo quita fuerza. Temer es ser muerto; peor no ocurre en combate. Morir luchando es muerte matando muerte; vivir temiéndola es vivir servilmente».

   Así es la vida, amigos, así es la vida. Al fin y al cabo, ¿cabe alguna infamia mayor que el autobombo bobo del sobrevalorado Basquiat?

   Los mercenarios de la verdad están de enhorabuena: todas sus fechorías les salieron gratis. ¿Cómo es posible que ni siquiera teman por sus pescuezos en el día a día? Simple: estos indeseables conviven con una pusilánime sociedad secuestrada por malhechores miserables.

  Los mercenarios de la verdad se pavonean por el centro de las ciudades dejándose ver alegremente porque en los suburbios la mediocridad pregonada desde sus instancias tecnoburocráticas ha triunfado por goleada. ¿Cómo es posible que ningún ciudadano les insulte a plena luz del día? Simple: estos hijos de Satanás  controlan el pastoreo sin necesidad de imponer mordaza o ley alguna.

  ¿Hasta cuándo perdurarán los mercenarios de la verdad? Hasta siempre.

 Vivimos años zafios y horteras donde el mediocre es premiado por el target democrático. Vivimos años pueriles donde el mediocre es recompensado por su canibalismo. Vimos años terribles donde el mediocre es acuciado a seguir dando la tabarra. Vimos años horribles que ya son más que una década.

  El gusto por la estética se nos languideció en el rodal del gusto. La amnesia en el cielo del paladar sabe tan mal que los desmanes de la posmodernidad son un cuchicheo de marujas al lado de esta nadería disparatada en la que se convirtió cada manifestación artística.

  Es irresponsable culpar únicamente al hombre público del deterioro ético donde todos buceamos lodificados. Tal vez sea la inexistente identidad folclórica ramificada en el ser profundo. O, quizá, algo más peregrino: el mundo ya fue. 


  El Poder con mayúscula tiene rostro humano y se manifiesta a plena luz del día. El secreto es consustancial con su existencia en la lógica del delirio de los grupos terroristas y las mafias. El intrincado territorio de la verdad esconde sus propias demarcaciones.

  Todos representamos un papel en nuestra vida cotidiana. ¿Teatro  y vida son caras de una misma moneda? El antiguo concepto de theatrum mundi sigue tan vigente que solo con abrir una pestaña digital y pajearnos de contento es igual al recto renal del homosexual medio. ¿Solución aparente? Quedarse colgado como un cuadro de Umberto Boccioni.


  Algún erudito expondrá el poder invisible ante las témporas del aristócrata tomado por la conciencia pura. El director, entre miles de hilos ocultos que atan unos hombres a otros, asevera que los secretos son intérpretes invisibles de la historia universal: traductores a tiempo parcial que remueven, entre escombros de remordimientos, el mundo económico desde lo político-militar.

  Así pues, a diez años de la pulverización, la inmolación de la propia identidad es el reflejo global del mercado local.







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