He procurado no olvidar mis remotas y
ya desdibujadas humanidades en este proceso genuinamente totalitario de
referéndum separatista.
Los regímenes dirigen a sus súbditos al
pudridero prometiéndoles el paraíso del cielo en la tierra. Por un alto al
fuego verbal se ha promovido cientos de guerras.
Jóvenes intrépidos promueven la
inestabilidad mientras un próximo Jean Cocteau se echa a perder en una de esas
marchas de camisas negras por las calles del centro de Madrid.
Nuestros políticos llevaron a la nación al
pudridero. Todas las marías lo saben en el mentidero.
¿El dedo en la llaga? La cartilla de
racionamiento socialdemócrata.
Hay una aventura estadounidense del tebeo que
se asentó en el acerbo popular. ¿De qué va? Por encima, es del siguiente modo:
Un niño fue adoptado por un perro. Y, posteriormente, una
casquivana le entreabre los agujeros negros del tiempo y los revolucionarios
franceses.
¿La
combinación letal? La mentira unida a la estulticia.
¿Algo
más para pensar en el día de hoy? Sí, claro, una cita al sesgo. Tengamos a mano
el consejo de Ricardo II en pluma de Shakespeare: «El miedo quita fuerza. Temer
es ser muerto; peor no ocurre en combate. Morir luchando es muerte matando
muerte; vivir temiéndola es vivir servilmente».
Así
es la vida, amigos, así es la vida. Al fin y al cabo, ¿cabe alguna infamia
mayor que el autobombo bobo del sobrevalorado Basquiat?
Los
mercenarios de la verdad están de enhorabuena: todas sus fechorías les salieron
gratis. ¿Cómo es posible que ni siquiera teman por sus pescuezos en el día a
día? Simple: estos indeseables conviven con una pusilánime sociedad secuestrada
por malhechores miserables.
Los mercenarios de la verdad se pavonean por el centro de las ciudades
dejándose ver alegremente porque en los suburbios la mediocridad pregonada
desde sus instancias tecnoburocráticas ha triunfado por goleada. ¿Cómo es
posible que ningún ciudadano les insulte a plena luz del día? Simple: estos
hijos de Satanás controlan el pastoreo sin necesidad de imponer mordaza o
ley alguna.
¿Hasta
cuándo perdurarán los mercenarios de la verdad? Hasta siempre.
Vivimos
años zafios y horteras donde el mediocre es premiado por el target
democrático. Vivimos años pueriles donde el mediocre es recompensado por su
canibalismo. Vimos años terribles donde el mediocre es acuciado a seguir dando
la tabarra. Vimos años horribles que ya son más que una década.
El gusto por la estética se nos languideció en el rodal del gusto. La amnesia
en el cielo del paladar sabe tan mal que los desmanes de la posmodernidad son
un cuchicheo de marujas al lado de esta nadería disparatada en la que se
convirtió cada manifestación artística.
Es irresponsable culpar únicamente al hombre público del deterioro ético donde
todos buceamos lodificados. Tal vez sea la inexistente identidad folclórica
ramificada en el ser profundo. O, quizá, algo más peregrino: el mundo ya
fue.
El Poder con mayúscula tiene rostro humano y se manifiesta a plena
luz del día. El secreto es consustancial con su existencia en la lógica del
delirio de los grupos terroristas y las mafias. El intrincado territorio de la
verdad esconde sus propias demarcaciones.
Todos representamos un papel en nuestra vida cotidiana. ¿Teatro y vida
son caras de una misma moneda? El antiguo concepto de theatrum mundi sigue
tan vigente que solo con abrir una pestaña digital y pajearnos de contento es
igual al recto renal del homosexual medio. ¿Solución aparente? Quedarse colgado
como un cuadro de Umberto Boccioni.
Algún erudito expondrá el poder invisible ante las témporas del aristócrata
tomado por la conciencia pura. El director, entre miles de hilos ocultos que
atan unos hombres a otros, asevera que los secretos son intérpretes invisibles
de la historia universal: traductores a tiempo parcial que remueven, entre
escombros de remordimientos, el mundo económico desde lo político-militar.
Así
pues, a diez años de la pulverización, la inmolación de la propia identidad es
el reflejo global del mercado local.