Miras más allá y sólo ves un velo,
¡velo!, ¡velo!, ¡velo!,
que te exhorta, en silencio, a que
lo veas.
Hay quien vive a este lado
del dichoso velo de Maya.
Se cree los monigotes
que en él hay trenzados,
se cree las historietas
físicas, mitológicas,
supersticiosas, racionalistas,
todas y ninguna,
de ese fabuloso tebeo
que es el espejismo
de la esencia.
También existe quien
lo ha atravesado de un salto;
ahora está al otro lado
y contempla su negativo.
y contempla su negativo.
Y cree haber superado
el tejido de las ilusiones
y sólo ahora descubre
que todo era mentira,
que todo estaba al revés.
Usan la imaginación, el intelecto,
y otras hierbas potentes,
para asentarse cómodamente
en el cuestionamiento de lo establecido,
en el gran dogma
de la abolición de los dogmas,
de la abolición de los dogmas,
en la realidad espiritual
contrapuesta a la mundana.
Pero existe un punto intermedio,
que es vivir en el velo.
Pues, para bien o mal,
es lo único que tenemos.
No ponerse ni a un lado
ni a otro,
ni a otro,
ni a favor ni en contra,
sino quedar
urdido en sus pliegues.
urdido en sus pliegues.
Suspendido en la tela
como la mosca voluntariosa
buscando a la araña
que es su destino.
que es su destino.
No dejarse llevar
por la realidad,
por la realidad,
ni abandonarla,
sino entrometerse en ella,
en lucha constante
contra su milimétrico filo.
Pues sólo por las camisas tendidas
corre el viento.
corre el viento.
Existe el peligro
de acabar siendo parte
de acabar siendo parte
de la mentira y verdad del tapiz,
un personaje más,
entreverado,
entreverado,
y por tanto malinterpretado,
por los que juzgan desde lejos.
Le pasó a los santos,
a los profetas,
a los profetas,
se convirtieron en mito y discurso,
en signo y símbolo,
donde cada cual,
a ambos lados de la tela,
a ambos lados de la tela,
vio sus propios prejuicios.
Pecaron de ingenuos maquiavélicos
o de maquiavélicos ingenuos
al creer que
sentando dogmas y ritos
sentando dogmas y ritos
podían sembrar en el prójimo
lo que (ahora) veían tan simple,
tan simple
que no puede demostrar a nadie
que no puede demostrar a nadie
que lo es.
Yo cometeré la misma imprudencia
bajo la forma de este poema,
que nadie va a leer
y mucho menos entender,
pero me consuela descubrir
en mi escribir
que permanecer en silencio
era demasiado fácil,
era demasiado fácil,
que ceder las armas era una forma
de adoptar la posición
de la no posición,
de la no posición,
y es más complejo que eso,
y mucho más sencillo.
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