jueves, 21 de agosto de 2014

17 de octubre de 2011






  Se nos hacía tarde y tú ya te ibas. Bajábamos por Castellana sublimando nuestros instintos de forma desaforada. Me dejaba llevar por ti. Tu extracción popular te había regalado un buen olfato para moverte en el asfalto.

  Hablábamos de postmodernidad y del cine de Spielberg. Éramos pusilánimes en nuestro sarcasmo porque el reparto de nuestras vidas no se hizo con actores sino con monstruitos. Por eso me tolerabas mi desprecio a Lynch y yo tu fe ciega en Max Wertheimer.

   Me proponías ir en peregrinación hasta Praga: tú para buscar tu unidimensionalidad y yo para romper una canción. No nos mentíamos, éramos dos freaks. 

  Antes de llegar a Rubén Darío el tráfico bullía a penas porque los peatones iban a sacar al perro o volvían de la noche. Me insistías en la teoría del montaje ruso y ponías de ejemplo toda Duel, la primera película de Spielberg.


  Cuando nos despedíamos nos topamos con una portada de El Mundo. Desvelaba su último descubrimiento sobre el 11-M. Nos aproximábamos a las elecciones generales y el mayo madrileño se nos antojaba frívolo ya. Ambos asistimos al horror. Sabíamos que la liquidación de España exigía silencio. 

  Entonces te recité de memoria aquellos versos de Gil de Biedma sobre la destrucción de las españas y congelaste el gesto. Tomaste aire, volviste en ti. Te aproximaste y nos abrazamos. Me besaste y, luego, me susurraste al oído: "eres mi rincón favorito de Madrid".






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