miércoles, 6 de agosto de 2014

El viejo y la montaña



El viejo deseaba subir a la montaña, como había hecho tantas veces en sus años mozos, pero sabía que a su edad no era capaz. Enfadado consigo mismo, se sentó junto a la falda y  se prometió, tozudo: "de aquí no me muevo hasta que no se me ocurra cómo escalarla". 

Pasó un día, pasaron dos, y el viejo, tenaz como él solo, permanecía en el sitio sin que se le ocurriera nada, alimentándose de bayas de los arbustos que tenía al alcance de la mano. Una mañana, al estirarse para recolectar algunas moras, le dio un pequeño tirón en la espalda y sintió de que había tenido que inclinarse más de lo habitual. Miro abajo y se dio cuenta de que había ascendido levemente:  como no cambiaba de sitio para hacer sus necesidades, éstas se iban acumulando bajo él y gradualmente iban conformando un pequeño montículo. El viejo siguió esperando, y cada día creció unos centímetros, hasta que, unas semanas después, se despertó justo a la altura del monte. 

Dio un saltito, y se colocó en la cima.




Moraleja: 

Cuando te sientes a meditar, no te levantes para cagar.


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