domingo, 21 de septiembre de 2014

Don Pedro bien merece una misa.





  Decíamos ayer que ante la falacia del reparto equitativo por parte de cierta casta política no queda más alternativa que achantarse y plegarse o asumir el derecho a la ciudadanía. Ganarse ese precepto implica madurar en razón y gobierno. Valerse de ese precepto es un ejercicio liberador sólo en manos de unos exclusivos elegidos.

Se constata que el progresismo se ha asentado en las masas debido al éxito social. Su aceptación conlleva el deterioro devastador del pueblo y su soberanía. Más aún, la prevalencia del sofismo progre acota el vuelo de la élite intelectual que se ve disminuida en sus esfuerzos comunicativos para concienciar al ciudadano.

 En su catadura moral infinita, el progre condena al ostracismo a todo aquel que no comulgue con sus postulados neoinquisidores. Ostenta toda regla del juego sabedor de que de la pegatina antisistema al boletín oficial del estado solo hay un paso. Tras el Holocausto proliferaron estas termitas de la corrección política como una sabandija tumbada al raso esperando el progreso infinito y global del mundo.


Por ello, la condena en firme, y posterior linchamiento público, de don Pedro Pacheco Herrera es un nuevo estigma para el consciente colectivo de nuestro pueblo. Pacheco representa el tótem de nuestro folclore, el arquetipo final, la raíz de todos nosotros que vive oculta en los versos que no escribo  y perdí. Don Pedro bien merece una misa.



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