Delicadísimos hilos
de plata ciegan nuestros tabiques nasales. Nos entregamos absortos al
movimiento sincopado de nuestras pesadillas. Para amar hace falta ser un
yonqui.
Un diluvio universal
nos inunda la razón. Para cifrar nuestro corazón un almuédano nos poesía.
Con el bronce más
exquisitamente bruñido sobre la Tierra renunciábamos a la vida más allá de
cuatro paredes.
Nuestras vidas eran
blancas. Nuestro amor era blanco. El terror es blanco.