sábado, 4 de octubre de 2014

Cuentos cuánticos, III: Los invitados de Nasrudín



El protagonista de la siguiente historia es Mula Nasrudín,  sabio excéntrico del Medio Oriente al que se atribuyen  anécdotas, fábulas, proverbios y chistes.  La recoge Idries Shah.



"Nasrudín se cruzó con un mendigo mientras paseaba por el pueblo, montado en su burra.

-Buen hombre, ¿no tendrías unas monedas que darme? No como desde hace varios días.

El Maestro, conmovido, resolvió invitarlo a cenar esa misma noche. Preparó un sabroso caldo de pollo con muchas especias, y cuando apareció el mendigo a la hora convenida lo recibió con agasajos y le insistió en que se sirviera a voluntad. Varios cuencos más tarde se despidieron afectuosamente.

Unos días más tarde, el mendigo llamó a su puerta.

-Amigo mío, no me llevo nada a la boca desde aquella fastuosa cena que tan agradablemente compartimos. ¿No te importaría reunir para mí algunas sobras que tengas por ahí?

-Nada de sobras. Vente esta noche, que voy a prepararte un caldo para chuparte los dedos.

Y de nuevo hubo banquete.

Pasado un tiempo, el mendigo volvió a llamar, esta vez acompañado de otro individuo aún más mugriento, aún más andrajoso, aún más esquelético.

-Buen hombre, ¿no tendrás algo para mi primo? Como puedes ver, el pobre está peor que yo.

-No te preocupes. Venid los dos esta noche a cenar.

Pocos días después el mendigo se presenta con dos compañeros, a cada cual más lastimero.

-Este es mi primo, al que ya conoces, y este es el primo de mi primo, es decir, mi primo segundo.

Al día siguiente fue el primo del primo de su primo, al siguiente el primo de éste, y pronto le dio al anfitrión la impresión de que tenía a todos los mendigos de la ciudad bajo su techo. Comían en su casa hasta el hartazgo y, cuando acababan, a las tres de la madrugada, tenía que fregar decenas de cubiertos y cuencos antes de acostarse unas horas para poder ir por la mañana a comprar el creciente número de ingredientes que le harían falta en la siguiente cena.

 Hasta que una noche se sirvió en todos los cuencos un caldo aguado y sin sustancia, ni especias, ni los habituales fragmentos de gallinácea. Empezaron a oírse quejas e improperios.

-¿Qué es esto, estimado anfitrión? –preguntó cortésmente el primero de los mendigos- ¿Es una broma? Pues juraría que este caldo es casi agua caliente: no sabe a nada.

-Te equivocas –respondió Nasrudín- Simplemente, este caldo que tomáis es primo del primo del primo del primo del primo del caldo que  te serví a ti hace un par de semanas."







 Comentario:

El sufismo es la vertiente mística del Islam, y se ayuda de danzas, ejercicios de respiración y meditación para alcanzar el recuerdo permanente de sí y de Allah. Buena parte de sus escuelas son esotéricas, algunas han permanecido ocultas en montañas impracticables. En ellas la enseñanza se transmite directamente de maestro a discípulo, bajo el solemne juramento por parte del segundo de nunca divulgar el conocimiento adquirido.

El secretismo está tan extendido porque, en teoría, las técnicas, los movimientos, los ayunos que practica el alumno deben ser supervisados por alguien que los conozca a fondo, si no pueden llegar a ser peligrosos, desde un punto de vista espiritual o incluso físico. Si ese conocimiento se divulga puede caer en malas manos, puede usarse de forma destructiva o autodestructiva. La Verdad debe permanecer íntegra, conservada en su prístina pureza. De ahí la importancia de la relación maestro-discípulo: en caso de que la valiosa tradición se filtrase a al gran público, se iría diluyendo conforme más personas participaran de ella, la malinterpretaran, la adaptaran, la distorsionaran, la sustituyeran. Cuando el acto de caridad individual de Nasrudín pretende ser aprovechado a la fuerza por todos los mendigos de la zona, el caldo acaba perdiendo el pollo, es decir, su esencia. Cuantos más comensales acuden a su mesa, menos sustancia queda, hasta que enésimo caldo hermano del original es ya agua cristalina. Hay cosas que es mejor no compartir, por el bien de todos.


En cierta medida es lo que sucede con la divulgación de muchas sabidurías orientales durante el siglo XX. La comprensión selectiva de sus principios y la adaptación de sus prácticas al estilo de vida occidental no ofrecen una idea fidedigna de su realidad histórica y social: en ocasiones se edulcora lo que tienen de control social y conservadurismo, otras veces se traspapela el sentido genuino de la tradición original, sólo imaginable tras un arduo esfuerzo de inmersión cultural. El resultado es que en nuestro mundo frenético prácticas como la meditación rara vez tienen valor por sí mismas. Son un hobby o una pastilla más contra el estrés, una especie de compensación de una existencia destructiva e insana. Los monjes a la vieja usanza dedican a su evolución espiritual el grueso de su tiempo y energías; sus ejercicios son antónimos de la ociosidad. Probablemente, si tuvieran un tiempo infinito por delante, muchos yoguis occidentales se dedicarían a ver la tele.



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