sábado, 25 de octubre de 2014

De Adornos contemporáneos (y IV)


Frente a sus movimientos generales, el arte contemporáneo institucional también guarda sitio para tendencias más esencialistas, en una contrahistoria a menudo más interesante que la oficial. Si bien  el hiperrealismo, en su obsesión por plagiar la realidad trazo por trazo, puede ser fácilmente acusado de cosificador, los Neue Wilden alemanes, el New Image norteamericano o la Figuration Libre francesa, entre otros, trataron a principios de los ochenta de sostener un puente hacia el espíritu anti-literal del resto de vanguardias: apelativos como “Nuevos Fauves”, “transvanguardia” o “Neo-expresionismo” dan fe de ello. Estos contramovimientos no escapan, empero, del signo de los tiempos, en este caso el amor por el revival, el retro, el vintage, la repetición, que desde los años cincuenta a esta parte, y sobre todo en los últimos treinta,  resulta una de las consecuencias más elocuentes de la ausencia de un paradigma representacional unificado en el conjunto de las artes. ¿No peca la neovanguardia de revival estetizante de la vanguardia, a la manera de los mimos del neoclasicismo? La “vuelta atrás” de los neoclasicistas es análoga al afán recontextualizador de la posmodernidad. Y, ¿acaso no es la omnipresente “parodia”, en ausencia de academicismo alguno, la verdadera asesina del arte?

Los ochenta suponen, con todo, la década  más combativa de eso a lo que llaman “arte contemporáneo”, y no es casualidad que coincida con la restauración de la representación. Los mejores exponentes del arte social, expresivo o feminista, ya se decantaran por la figuración o por el conceptualismo, datan de esos años [1] La espectacularización de la vanguardia en la siguiente década, y sus sospechosos tratos con la museística y las obras públicas marcan la una nueva absorción: acaso una arriesgada inversión para el capital, pero, sea como fuere, la mejor forma de neutralizar aquello que podía recriminarle su veloz expansión a ambos lados de Berlín. La abstracción se vuelve inocente, la figuración inadmisible. La serena homogeneidad no fue menor en  que de Kooning que en Donald Judd ¿No queda presagiada finalmente la muerte del arte, esta vez con llanto y crujir de dientes en lugar del habitual regocijo filosofante? 

En estética “siempre nos quedará París” se ha revelado un espejismo. El eje norteamericano, patriarca de la desartización tanto en lo culto como en lo popular, ha sumado al Viejo Mundo en su torbellino. Y la homogeneidad de carácter de una videoartista surcoreana y un performer boliviano señala uno de los más pintorescos frutos de la globalización. Acaso la solución sea apuntar más bajo, reducir la expectativa, otear tobillos. En lugar del esplendor de las “bellas artes” (sean hoy lo que sean), investigar la menospreciada ilustración, donde se producen fenómenos plásticos más interesantes. Existe un movimiento de humildad análogo para cada esfera: en lugar de buscar hoy la literatura épica, donde el esplendor decimonónico permanece insuperado, apreciar el relato; en vez de aspirar a la sinfonía, bucear entre canciones… La culpa, en parte, es nuestra, pues seguimos practicando la grosera metonimia de entender intuitivamente por “arte” la ocupación marginal que es hoy la pintura, y todavía nos excita y provoca aquello que emprendiera Dadá hace cien años.

Pero, si rechazamos tanto arte de élites como arte de masas, en ambos casos por pérdida de distancias respecto de la vida (uno por imitar la mercancía y el otro por confundirse con ella), nos vemos forzados aceptar la realidad de la distensión, el desinflamiento, ya lo llamemos “el fin del arte”, su “muerte”, su “banalización” o incluso su “ocaso" [2]. No por ello hay que entenderla a la manera en que la concibieron Hegel y Danto (como un paso necesario en el despliegue del Espíritu en dirección a la filosofía y como la conclusión de un prolongado telos interno, respectivamente), sino que se puede estudiar como un fenómeno contingente, causado por una coyuntura histórica, unas condiciones socioeconómicas, una regresión en la sensibilidad mayoritaria que bien podrían haber sucedido de otro modo. Al no ser el arte necesario, se puede concebir sin dificultades un mundo en el que sea plenamente sustituido por la mercancía, aunque dicho mundo resulte pesadillesco.


Mas, al rendirnos a la integración final, a la incorporación de ese último fragmento que se resistía al mundo administrado, ¿qué hemos conseguido? A lo sumo ampliar el ya crecido grupo de los productos que denostamos como pseudo-arte hasta englobar a la práctica totalidad de las fuerzas productivas. Renunciamos así a pensar uno más de los innúmeros cambios que el arte ha sufrido a lo largo de la historia por culpa de que no encaja en nuestras categorías. Sólo nos quedará alzar el grito al cielo desde los camarotes de lujo en el Grand Hotel Abyss [3] mientras los escritores siguen escribiendo, los dibujantes dibujando, los músicos componiendo, y el ser humano sigue produciendo cada día una amorfa inmensidad de material que cree especial por alguna razón que aún se nos escapa. Ahora más que nunca, se hace imperiosa esa consigna que Adorno tomara de Beckett, y que, tras referirse a la persistencia del “arte auténtico” contra viento y marea, adquiere un sentido más radical a las puertas de su aparatosa defunción: “Il faut continuer”

Por dónde no importa.



Notas:

[1] Aunque, todo sea dicho, los cauces comunes de transacción acabaron objetivando sus motivos. Así,  lo que al alborear la década de los ochenta  era iconoclasta a finales de ella era de nuevo icono. "Cualquier rico puede coleccionista puede hoy comprarse [las fotografías de violaciones de] Mendieta para colgarlas en su salón o su estudio en la seguridad de que ha hecho una buena inversión en una artista clásica del arte feminista de la primera fase del posmodernismo. "Compro, luego existo", una obra de Barbara Kruger  crítica con el capitalismo, sirve para ilustrar bolsas de compra de una tienda chic de diseño de lujo del Paseo de Gracia de Barcelona. Y las proyecciones de Jenny Holzer con sentencias políticamente críticas sirven para dar un toque de corrección a los espectáculos de las fiestas veraniegas de las ciudades cultas y distinguidas donde se consume ríos de champán, toneladas de langosta y kilos de cocaína" (Gerard Vilar, Desartización: paradojas del arte sin fin, pg. 168).
[2] Gianni Vattimo, El fin de la modernidad, Gedisa, Barcelona, 1986, p. 49-59.
[3] György Lukács, Teoría de la novela, Ediciones Godot, Buenos Aires, 2010, p. 20. La expresión alude al pesimismo de salón que a su juicio afectaba a la primera generación de los teóricos de Frankfurt. 





Bibliografía:


Listamos, sin pretensión de exhaustividad, algunas recomendaciones para comprender un poco mejor el fenómeno del arte contemporáneo:

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                Filosofía de la nueva música, Akal, Madrid, 2003.
                 Prismas: la crítica de la cultura y la sociedad, Ariel, Barcelona, 1962
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